Abrí la puerta de la casa y grité para avisar que había llegado. Rex, el pastor alemán que me regaló papá el día de mi séptimo cumpleaños, ladró eufórico e intentó pararse de manos sobre mí. Aventé la mochila al sofá y me dirigí a mi cuarto. La ausencia de mamá y Mary, la señora de servicio, me extrañó. Al pisar el cuarto escalón se me vino a la mente la historia de Las escaleras de Misaki, el segundo misterio escolar del anime Hanako-Kun. Me detuve y busqué la referencia en Google. Obtuve la respuesta del primer fandom que encontré: “El rumor describe un mundo al que se puede ingresar pisando el cuarto escalón de las escaleras del edificio antiguo. Se dice que una vez que entres a aquel mundo, tu cuerpo será cortado en pedazos. Durante los eclipses, se puede ver la sangre de las víctimas derramándose en el cuarto escalón de la escalera.” Corrí con Rex detrás. Un escalofrío me hizo suspirar antes de entrar al cuarto. Rex se quedó en el umbral mirando a la ventana. Descorrí las cortinas rojas y me asomé sudoroso. Una sombra recorrió de lado a lado el patio de atrás, hasta disolverse en la oscuridad del cuarto que utilizaba papá como bodega. Estaba a punto de desvanecerme cuando oí la voz de Mary.

    —¿Jason, estás ahí? —inhalé y exhalé, tal cual indicó la psicóloga, para controlar mis estados de pánico—. ¿Quieres comer de una vez, o esperamos a que llegué tu mamá? Ya no tarda.

—La espero, Mary, gracias —respondí tartamudeando y acostado en la cama mirando al techo, mientras Rex se echaba a un costado mío.

Ya en otras ocasiones había notado la presencia de la sombra, y mamá y papá indiferentes se limitaron a aclarar que no siempre las sombras son un monstruo. Y que no siempre los monstruos se engendran entre las sombras. En cambio Mary se mostró más atenta y creativa, al decirme que cuando la luz y las sombras chocan, en el horizonte se abre el ocaso.

Abracé a Rex por un rato y luego me levanté con pesar. Bajé a la cocina. Mary estaba sentada comiendo sopa de municiones y una milanesa con ensalada de lechuga.

—‘ora tú, ¿qué te pasó, mi niño Jason? —dijo sorbiendo una cucharada de sopa después de morder el taco que hizo con la milanesa y la ensalada—. Está más blanco que espíritu en pena. Siéntate que ahorita mismo te doy de comer —continuó terminando su bocado y levantándose para servirme—. ¿De nuevo las sombra, ve’a?

—Sí, Mary —dije sorprendido tallándome las manos como mosca, debido a los nervios—. La vi pasar por el patio hasta el cuarto oscuro.

Mary dejó la comida servida frente a mí y en silencio salió de la cocina. Rex ladró para que le diera algo de comer. Corte la milanesa en dos y puse un pedazo en su plato. Quizás yo estaba tenso por los exámenes o por el torneo de LOL, o ¡no sé! En aquel momento lo único que quería era encontrar una explicación y seguridad, para tranquilizarme. Comí despacio, y así de la nada hormiguearon mis manos y mis pies, y temblando aventé al suelo los cubiertos. Rex gruñó y se puso en actitud de ataque absorto en la ventana que da al patio de atrás. Mary al verme vomitar me sostuvo por los hombros y me acercó un vaso con agua.

—¡Jason, Jason, Jason! —gritaron mamá y papá antes de que me disolviera en la oscuridad de la sombra.

Al abrir los ojos la luz mortecina de la sala me cegó, por un momento. Mamá y papá estaban frente a una fotografía donde Rex y yo y Mary jugábamos con un balón rojo. Mamá y papá se abrazaban. Suspiros. Silencio. Sollozos. Papá y mamá hablaban en voz baja. Ambos trataban de consolarse. Mary se sentó junto a mí y Rex se echó a mis pies. Mary solía contarme historias que sus abuelos le habían contado. Mary veía cosas y decía que en este mundo hay fuerzas muy superiores a lo que los seres humanos pueden aspirar a oponerse, y que no puedes morir sin fuerza. Suspiros. Silencio. Sollozos. Mamá y papá se ven tristes, incluso es más que evidente que algo les duele, tienen los ojos rojos e hinchados. Mary me toma de la mano y Rex se queda perdido en un sueño.

Alguien toca la puerta. Mamá y papá traen en los brazos un cachorrito de pastor alemán. Rex se levanta y corre a la puerta de la cocina que da al patio de atrás. Mary corre tras él y me jala. Atravesamos la puerta.

Un círculo rojo del tamaño de un balón ilumina el cuarto que papá utiliza como bodega. Mary dice que la única manera de salvar la vida es superando los traumas. Cruzamos el umbral. Llueve. Llueve. Llueve. Mi cabeza quedó hecha carne molida debajo de un montón de cajas metálicas. A Rex se le reventaron las vísceras y a Mary una lámina le rebano la yugular. Mary lanzó el balón rojo muy alto, tan alto que alcanzarlo para mí fue imposible. Rex persiguió el balón rojo. Mary y yo oímos sus lamentos desgarradores. Tropecé con algunos fierros que se cayeron. Mary siguió después. Mamá y papá llamaron al novecientos once.

    Papá vació la bodega. Mamá vació la casa. El cachorrito de pastor alemán ladró alegre igual que Rex jugando con Mary y conmigo. ¿Cuál es tu mayor temor infantil? El mío es quedarme solo, abandonado, en el limbo.


Dante Vázquez M. (México, 1980). Elegante imaginante caminante, técnico en poesía y narrador kamikaze, finalista de la modalidad A de la IV Edición del Premio “Caperucita feroz” de cuentos Ápeiron Ediciones, 2020; finalista del XI Certamen Internacional de Poesía Fantástica miNatura 2019; finalista del IX Certamen Internacional de Poesía Fantástica miNatura 2017; finalista del III Premio Internacional de Poesía Jovellanos, El mejor Poema del Mundo, Ediciones Nobel, 2016; primer lugar en el Concurso Cuentos de Mucho Miedo, Mucho Miedo Mx: Todo sobre Horror, 2015; ganó el VI Certamen Internacional de Poesía Fantástica miNatura 2014. Es autor de Apocalipsis hoy, (H)onda Nómada Ediciones, Colección Pase de Abordar, 2013; y de Casa de muñecas, 2020.  Cuentos y poemas suyos han sido publicados en distintas antologías y revistas digitales e impresas.