–Está usted metido en un grave aprieto –añadió, sonriéndole con cierta indiferencia, justo antes de volcar la vista frente a los archivos que tenía regados por el escritorio.– Las acusaciones en su contra son muchas y son bastante serias; además, lo buscan en 11 planetas. Por cierto, interesante expediente el suyo.
Frente a él, sentado cómodamente al otro lado del escritorio, se encontraba un sujeto de aspecto elegante. Vestía un fino traje de seda de gusanos venusinos y unas impecables botas espaciales de modelo reciente. A pesar de encontrarse esposado, jugaba distraídamente con los reflejos que se formaban al mover el portafolios plateado que reposaba sobre sus piernas.
–¿Me está usted escuchando? –Exclamó con molestia el calvo alcalde del Planeta Protón.
–Se le acusa por delito de estafa en primer grado. Gente de su calaña no es bienvenida en nuestro planeta –se quitó las gafas, las miró a contraluz y finalmente las limpió– Sin duda, le espera una larga condena en las Minas del Sistema Petrolero… ¿Acaso tiene algo que decir en su defensa? –terminó diciendo con voz más tranquila.
–Creo que todo esto es simplemente una tremenda confusión –dijo el acusado mientras centraba su mirada en la alopecia del alcalde– yo no soy ningún estafador. Si mal no recuerdo, la última vez que vi mis credenciales, éstas me acreditaban como vendedor certificado. Déjeme decirle que si existe algún malentendido, me permita usted aclararlo.
–Está bien. No quiero que diga después que no recibió un trato justo de mi parte. Veamos… –tomó una de las tantas carpetas que integraban el expediente.
–¿Le parece si empezamos con el kit de robots-granjeros?
–¿Qué hay con ellos? –dijo el vendedor.
–Más de cien personas afirman que el juego conformado por un robot-sembrador, un robot-espantapájaros y un robot-recolector; dejaron de funcionar a la semana de uso.
–Bueno… creo que las personas tendrían que leer las letras pequeñas del manual de operaciones que oportunamente se les entregó cuando recibieron su pedido. ¿Qué culpa tengo si dejan que se mojen o que alguno de los cuervos mutantes se sintieran atraídos por los apetitosos y brillantes destellos de los robots bajo el sol? Le aseguro que un picotazo de esos animales puede dejar inservible lo que sea.
–¿Y qué tiene que decir sobre las explosiones atribuidas a sus aromatizantes ambientales? 600 colonos de la luna de Saturno recibieron graves quemaduras.
–¡No puedo creer que me culpen por eso! ¿No se ha puesto a considerar que quizás no necesitarían aromatizante si funcionara de manera adecuada su sistema de ventilación? ¿O que tienen una pésima instalación eléctrica? Si uno habita en un lugar donde el Metano y el Hidrógeno forman el 90% de la atmósfera… el riesgo de un chispazo siempre será mayor. Pero puedo asegurarle que el nuevo aromatizante de ambientes olor frambuesa y con enchufe antiexplosiones, está causando furor.
–Creo que usted no está tomando la situación con la seriedad necesaria –dijo el alcalde, visiblemente molesto.
–Insisto en que se trata de una barahúnda de publicidad malintencionada en mi contra. Una campaña de desprestigio hacia mi persona. Una serie de inexactitudes en los relatos presentados…
–¡Cállese ya! –dijo el alcalde mientras golpeaba con su puño la superficie del escritorio.
–¡Tranquilo, buen hombre! No hay necesidad de alterarnos –dijo el vendedor mientras se reacomodaba en su asiento.
–Compórtese. Veamos la siguiente acusación. Hace una década, durante la invasión de ranas selenitas, usted vendió 10 000 cajas de repelente de ranas –detuvo la lectura, lo miró con desdén y después prosiguió con el expediente– y no me sorprende que no funcionaran. Las pérdidas en las cosechas fueron catastróficas.
–Comprendo su enojo. Todos sufrimos y aprendimos alguna lección con esa plaga. La mía fue que los repelentes de ranas marcianas, que fueron los que vendí, no funcionan con ranas provenientes de la luna. Y créame que mis experimentaciones indicaban lo contrario. Yo sólo quise ayudar.
–Supongo que también eso pasó con la generación de mutantes que nacieron en las minas de carbón gracias al “Equipo Casero de Clonación ECC”. Usted sólo quiso ayudar. ¿No es así? –dijo en tono irónico el alcalde.
– ¡Ahhh! Recuerdo eso como si hubiera sido ayer. Probablemente tanto carbón que respiraron les causó alguna mutación, o que el equipo ECC tuviera problemas para duplicar los armazones hidrófilos de fosfato-desoxirribosa de la hélice del ADN. Las investigaciones continúan y no hay un veredicto final.
–¡Es usted un cínico! Trata de burlarse de mí al igual que lo hizo con toda esa gente –dijo el ahora rubicundo alcalde– no dejaré que siga diciendo insolencias. Y si tiene usted un poco de aprecio por su existencia, exijo que me diga qué ha estado haciendo en mi planeta.
–Querido amigo, no hay por qué perder la compostura. Al fin y al cabo somos bípedos parlantes y civilizados, no como esos de la Galaxia Primatón 3.
–¡Mire que estoy a punto de perder el control! –dijo el alcalde mientras se alzaba de su silla.
–Sea usted tan amable de dejarme continuar –dijo el vendedor mientras se paraba y se estiraba un poco– debo admitir que gobierna usted un lugar esplendoroso. Sin duda alguna, el planeta Protón está en la cúspide de prosperidad y belleza. Su clima, eternamente primaveral, es ideal para dar largos paseos por sus deliciosas calles y sus mujeres son tan hermosas y delicadas como los más puros cristales. Pero…
–Pero… ¿qué?
–Olvídelo, no tiene importancia.
–Dígalo ahora o se arrepentirá.
–Pero… su eterno rival, el Planeta Neutrón, quienes rivalizan con ustedes en cada aspecto antes mencionado, son fuertes candidatos para organizar la Convención Intergaláctica en turno. Así que me dirigía hacia allá para ofrecerles un producto que podría ser determinante ante el Comité Organizador, un equipo revolucionario que garantizaría la sede de la Convención; justo antes de ser aprendido por su honorable cuerpo policial, señor alcalde.
–¿Y por qué no consideró a nuestro planeta como un serio candidato? –dijo el hombre totalmente intrigado– también nosotros somos aspirantes a la sede.
–Los hombres inteligentes hacen preguntas inteligentes. Me honra estar ante uno de ellos. Ahora comprendo por qué usted fue elegido gobernante. Por cierto, vienen tiempos de elecciones. ¿No es así?
–En efecto –dijo el gobernante notoriamente más apaciguado.
–Que coincidencia, seguramente si usted consiguiera la sede, ganaría las elecciones y sería reelecto. En fin… creo que nos desviamos de nuestro asunto –dijo el vendedor totalmente afligido, mientras desganadamente, volvía a tomar asiento.
–No creo que le interese seguir escuchando a un futuro convicto.
–No diga eso. Qué clase de gobernante e impartidor de justicia sería yo, si enviara a un hombre a purgar condena por cargos vagos y sin fundamento. A mi parecer usted tenía razón y no tomaré parte de esta campaña de desprestigio hacia usted. ¡Sargento, sargento! –Gritó el alcalde, haciéndose oír fuera de su oficina– hágame el favor de quitarle las esposas a este hombre inocente. Una vez que volvieron a quedarse solos, un frágil silencio esperaba ser roto.
–Mi muy estimado alcalde, ya que las circunstancias son diferentes, permítame que le hable de negocios –dijo el vendedor mientras abría su argentado portafolios.
–Le presento el más novedoso sistema de iluminación y sonido, con fuegos artificiales incluidos. Ante usted: ¡La Fiesta cuántica! Y ya que el sistema es completamente experimental y no probado en condiciones estándares, le haré un oferta que no podrá rechazar –dijo finalmente, mientras le pasaba un papel al alcalde.
El alcalde lo tomó y concienzudamente lo examinó. Repitió el ritual de limpieza de sus gafas y volvió a mirar el papel.
-¿Acepta cheques?


Juan Fernández (Guadalajara, 1984) Ingeniero de profesión que disfruta los atardeceres en la playa. Una vez se comió 22 tacos.