Por Rosario Olmedo

 

Beatriz se marcho del pueblo. ¿ Que pensaría esa muchachita inquieta, caprichosa e inocente que ni dijo adiós cuando se fue? Desde ese día prometí no mencionar su nombre. Me pregunto si ella se da cuenta de todo lo que dejó, si recuerda el pueblo que la vio crecer.  Admito en mis adentros que a diario me muero por saber si ella me extraña. Pero ha pasado más de  una década y ahora estoy convencido de que lo mejor es no saber nada de ella. Al final de cuentas a mi no me va nada mal, se me facilita el olvido entre revolcones.

Hoy regresé al pueblo a visitar a mis viejos, eventualmente muchos nos fuimos a buscarnos la vida. Y como vieja costumbre salí a la plaza, de pronto escuche mi nombre. Al medio voltear, vi a Laura, una amiga de la infancia y la mejor de Beatriz. Sin preguntarle nada me recalcó: Nuestra amiguita sigue en el norte, hasta está estudiando.  Yo, hombre de piedra, disimulé pero Laura no se tragó mi indiferencia.

Te haces el orgulloso por pendejo, ya no somos niños. Beatriz te recuerda con cariño y ha preguntado por ti. ¿Quieres que le diga algo o prefieres su teléfono?
-No, no quiero su teléfono. Es tiempo de saber donde está. ¿Tienes su dirección?
-Si pero no crees que sea mucho caerle nomás así. Después de todo no vive cerca.

-No, la dirección es para escribirle si me decido algún día.
-En serio cuando se te va a quitar lo mamón. Bueno deja te la doy, menso. Sabes que te quiero un chingo y no te voy a decir que no. Una carta tuya le va a dar mucho gusto. ¡Hasta pronto, no te desaparezcas!

-Sale Laura, ¡hasta pronto!

Enajenado me fui del pueblo sin creer que, a pesar de todo, Beatriz no me guardaba rencor. La hice sufrir muchas veces y de mil formas estupidas. Me consuela imaginar que ella está bien y que nos hemos convertido en polos opuestos. Después de todo yo no soy de una y ella no es para mi.

Me guardé la dirección en la bolsa y entré en mi habitación. Beatriz empezó a crecer en mi memoria, se plantó en mis sueños. Saqué la dirección, me grabé los nombres extraños de las calles. Le prendí fuego al papel. El único lazo entre los dos sería la memoria. Me arrepentí al ver como el  fuego consumía la hoja. Ella estará aquí mientras no la olvide.

O tal vez no. Llené las maletas y emprendí un viaje loco hacia ella.

Llevo una verdad en los labios pero se que la muchachita ya no vive la vida como antes, el mundo ya no es rosa. Al final he llegado hasta aquí, yo el experto en conquistas, vanidoso, calculador, me veo traicionado por  mis nervios. Ya es media noche, la oscuridad invade la calle, ¡maldita sea! ¿qué hago aquí? ¿qué putas hago aquí? Toco la puerta un par de veces sin respuesta. Un exceso de inseguridad domina, Beatriz a no quiere abrir o ahorita está con otro cabrón. No lo sé, esta puerta nos separa. Sé que el tiempo ha pasado y la moralidad por estos rumbos se va al diablo.

Ya de media vuelta escucho el abrir de una puerta, volteo y veo a una trigueña. No te conozco le digo, ni yo a ti responde. ¿Qué buscas, sabes la hora qué es? Busco al fantasma de Beatriz. Se confundió con la explicación. De manera rápida improvisé una respuesta más coherente  para evitar ver la puerta cerrada en mi nariz.

-Tengo una deuda pendiente con ella y la vengo a pagar.

-Que raro nunca te había visto antes, ¿como te llamas?.
-Somos amigos desde chavitos, mi nombre es Daniel.
-No he escuchado de ti. Bueno, la verdad Beatriz no habla de nadie. No sé porque me sorprendo. Estás con suerte, sólo hay un lugar donde la encontrarás a estas alturas de la noche y yo voy para allá, ¿quieres acompañarme?
-Si no es mucha molestia, por favor.
-No, para nada, sígueme.

¿Qué pensará Beatriz cuando me vea. Camino en silencio, contemplo desaparecerme, correr lejos, quedarme aquí, dejar las cosas en su lugar. Esto es otro mundo, casi perfecto para alguien que ha decido olvidarlo todo.

-Llegamos- me dice- A ella de seguro la encuentras en el tercer piso leyendo algún libro de fantasías sudamericanas. Ésos le  gustan mucho. No hay pierde es la única sección al salir del elevador. Afuera hay dos puertas de vidrio, a ella la encontrarás del lado izquierdo.
-¿La única sección? Esta biblioteca esta grandísima y capaz ni la encuentro.
Si te pierdes es tú problema. Yo hasta aquí llego. Ese es el único lugar de la biblioteca donde la podrías encontrar.

No espero nada del futuro pero necesito aclarar el pasado. Después me iré y nuestras vidas seguirán su curso. Subo al elevador, se abre la puerta, la veo sin dificultad, como siempre. Beatriz se ve hermosa entre libros. Avanzo unos pasos notando que ya no es la chiquilla que conocí. Sentadita en su lugar parece estar más perdida que yo, que nunca he sabido a donde voy. Me pierdo en su rostro, veo sus ojos detrás del reflejo de los lentes. Me acerco más, me vuelvo a perder en cada peca, en cada poro sin maquillaje. Escudriño sus movimientos, sus viejos gestos, el vestido blanco, la belleza sensual del corte sin escote.  Se me prende la sangre. Siente mi mirada  caer sobre ella como la sombra de los árboles viejos. Levanta el rostro. Me encuentra.

Nuestros ojos se confiesan todo por primera vez. Sentimos mutuamente el silencio, los libros no hablan, las distancias son inmensas, sólo nos separan diez pasos. Ya no es el pasado, ni lo que se calló, ni las lagrimas, ni sus amores o los míos. Ahí, en sosiego nos encontramos en el centro de un torbellino que sólo nosotros podemos percibir.  Nos invade el cariño tanto como el deseo de soltar todas las memorias hasta convertirlas en realidad.

Su mirada se torna indescifrable como un espejo que empieza a poseer mis sentidos. De repente levanta su vestido. Nunca antes la vi desnuda. Lento, muy lento, descubro su cuerpo, puedo ver sus pantorrillas y muslos, la picardía de sus piernas abiertas, los regalos que un día fueron prohibidos. Pero interrumpe la escena soltando una carcajada, muy suya. Se acerca, paso a paso, hacia mí, sonríe hasta tocar mi alma. Su mano recorre mi rostro, besa mis ojos cerrados, sus dedos recorren con ternura mi cuello. No puedo ni quiero escapar. Por fin estoy aquí después de tanto tiempo a su lado.

Fija su mirada en el olvido, aún distante. El tiempo se hace eterno en un segundo.  Escucho el palpitar del corazón que no sabe si es querido. Ahí entiendo los porqués. Nuestras bocas han regalado mil besos pero no podemos olvidarnos. Un leve suspiro sale desde lo más profundo. Un beso se forma en la saliva.

Lentamente remuevo sus gafas, mis manos recorren su espalda hasta llegar a su cintura. Sus dedos aprietan mi garganta bajando hasta mi ombligo, dos cuerpos se tocan con descaro y seguimos, sabemos que la noche es nuestra todo el día, no es necesario soltar los labios, ni imaginar otras palabras para perder el control. Susurra «hazme tuya» ,  o tal vez no susurró eso pero eso fue lo que escuché. Su olor, su voz, su mirada, su pasión lejana me excitan y me doy cuenta de que no la he olvidado nunca.

La acaricio sabiendo que no hay necesidad de esperar pero prefiero saborear con urgencia el instante. Pruebo su sabor, mis dedos juegan lentamente sobre eso que hace años se llamaba cuerpo. La lengua los persigue como una sombra que resbala por las siluetas, le aprieto y después le muerdo, todo lo que hacen mis dedos lo repite mi boca incansablemente, encuentro su desnudez, la penetro suavemente con las yemas, le cubro de saliva la humedad, lamo sus arrugas escondidas. Y ahí, rodeados de un mundo que nos ha abandonado y que tal vez no existe, pruebo su vagina como si fuera vino o veneno. Mi piel se reconoce con la suya.

-Beatriz, no pude vivir sin ti. ¿Sabes que te adoro, qué estoy perdido desde que te fuiste?

-Se que me quieres Daniel, siempre lo supe.  Sólo tú no lo sabías. Ahora estamos juntos. Hazme tuya, tómame, muérdeme, cógeme, hazme pedazos, llévame contigo, no dejes que me vaya, no me dejes, déjame guardada para siempre, suéñame de nuevo y nunca, nunca jamás, te despiertes sin mi...

La sabana estaba en llamas cuando abrí los ojos ¿Cuántas veces he soñado ese momento? ¿Cuántas veces he llenado las maletas para hacer el viaje? ¿Cuántas veces el desenlace no es el mismo? ¿Cuántas veces recorro esa distancia sin dar un paso afuera de mi casa? ¿Cuántas días me quedaré sin verla? ¿Cuántos días la volveré a ver?

 

Por Rosario Olmedo