La siguiente historia se parece mucho a  la realidad.

 

Primer Acto. Nace un niño.

 

Nace un niño en Jalisco y le sonríe al mundo. La vida se complica para todos. Sus padres deciden ir sin documentación al Norte. Se inventan otros nombres. Van y vienen cuando pueden. El niño se queda con la abuela materna. El niño echa raíces, crece, su historia personal se divide. Busca historias y realidades.

 

Segundo Acto. La Dictadura Perfecta.

 

1999.

El mismo niño es ahora un adolescente. Aprendió a ver hacia el futuro. Quiere, como la propaganda oficial, progresar. Ha estudiado y trabajado para conseguir este fin. Incluso ha vagado por distintas ciudades de la república para hacer de su persona alguien de bien. Cursa el bachillerato. Es un alumno de 10. Extraña su pueblo natal. Entiende que para crecer no puede volver. Después, a los 16 años, entiende que tampoco puede quedarse. El progreso, como ideal de vida, encuentra su fin al toparse con la realidad. Las opciones se limitan. Los pasos hacia el destino se bifurcan: ¿o te quedas o te vas?. Ningún camino es fácil. Viaja introspectivamente en su historia. Su abuelo fue bracero, su madre trabaja en el Norte. Lo que parece pregunta se le descifra como destino. Tiene que irse. Toma la maleta, echa un par de sueños, rompe la guitarra y se va.

 

Tercer Acto. Los días del Norte.

 

Llega. Las nuevas realidades lo golpean; pero tiene suerte. No ven su semilla pero detectan sus ganas de crecer, el potencial a futuro. Unos le dicen que no a sus sueños, otros, los mejores, lo acompañan y a veces lo empujan hacia ellos. Aquí se viene a soñar, le dicen. Estudia y trabaja. ¿Querías Norte?.

 

Le dan una beca. Aprende a ir a la universidad. Hace amigos, aprende a querer y a amar y a cometer errores. Aprueba las materias, le echa más ganas que los demás. Tiene algo de éxito y otro tanto de fracaso. Obtiene su título. Lo presume. Luego tiene que pagar una deuda. La educación no es gratis. Solicita trabajo. Descarga camiones, apila cajas, habla con un robot, se ve al espejo. Reniega de su educación, del contrato a pagar, entiende la realidad del sueño americano. Nunca se es. La identidad se reduce a decir Yes y a ponchar los horarios de entrada.

 

Abandona todo. Lo recupera. Se mezcla con la mayoría. Se cambia el nombre. Su acento trae sonrisas, su labor respeto. Ahora es un maestro. Los alumnos lo admiran, los colegas lo respetan. Los supervisores le pagan apenas por encima del salario mínimo, pero muy por debajo del promedio. I know I don’t belong here, concluye. Hace amigos, el amigo. Lo tratan distinto, no se puede negar. Se traga su saliva, se acuerda de sus sueños. Todavía quiere ser maestro. No lo hace por dinero. Sin embargo aún le cuesta trabajo enseñar que los héroes del Alamo nunca le robaron la mitad de su territorio a México. Lo deja todo nuevamente.

 

Vuelve a su tierra de vacaciones y, en contra de las estadísticas, decide no volver.

 

Cuarto Acto. El que busca no siempre encuentra.

 

Ha pasado más de una década desde que se fue. Otros vienen con dólares, troca, y familia. Él viene solo, con experiencia docente, un título universitario y muchas ganas de quedarse. Respira: yo soy de aquí, esta es mi tierra, esta es mi gente. Recuerda sus experiencias para llenar su currículo. Escribe la verdad, se enreda con las palabras, se desenreda, recupera la voz y sin miedo sale a pedir chamba para nunca más volver.

 

No tengo cartilla militar. He sido maestro y quiero seguir siéndolo. El futuro nos espera, la ciencia, la historia, el idioma. ¿Por dónde empezar a recuperar el mundo perdido? Se presenta en la Secretaría de Educación currículo en mano. ¿Dónde está la oficina de Recursos Humanos? No sabía que le habían dado otro nombre. Muchas gracias. Entra a la oficina. Los servidores públicos cotorrean. Toca la puerta y de ahí se dirige a otra más pequeña, las paredes son de cristal. Muy buenos días, mi nombre es... claro aún no ha perdido todo lo que queda de su nombre. He venido a... aquí puso las palabras precisas, la firmeza y la confianza de que al ofrecer sus servicios no da gato por liebre.

 

-Le seré honesto- por primera vez escucha una voz -no voy a aceptar su currículo porque al hacerlo tengo que archivarlo y papel archivado es papel perdido. Tómelo, lléveselo al Secretario, él es el que dispone, yo sólo contrato al que él me dice.

 

Da las gracias, se retira, medita ¿en qué boca de cuál lobo se ha metido? Se dirige a la oficina del Secretario, espera y desespera, lo atiende la secretaria de la secretaria del Secretario.

 

-¿Tienes cita?¿no verdad? No es raro porque no damos citas a nadie al menos que tengan cita, la gente se molesta cuando tenemos que cancelar-

-¿No es paradójico que me pregunté si me ha dado algo que no da?-

-La gente se molesta sin razón, es por eso que no hacemos citas con nadie-

-Necesito comunicarme con el Secretario de Educación-

-Tenga aquí una tarjeta de contacto, llama y yo misma le contesto.

 

Salió sin querer ver que la puerta estaba cerrada. No hay obstáculos para la esperanza ciega. Regreso al día siguiente y al siguiente y al siguiente. Sabía que el encuentro no ocurriría; sin embargo después de tres semanas lo hicieron pasar a la oficina de un secretario menor que subsecuentemente recomendó ir al Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación, a la boca de la Loba. ¿En qué país estamos? ¿qué no había pasado más de una década desde que me fui? ¿Si la gente es otra por qué la perra es la misma?

 

Toca una puerta y otra y otra. Entrega el papel que describe su currículo. Lo reciben, lo sellan, lo archivan. Gracias por participar. Los años de experiencia parecen desvanecerse, las vidas, lo recorrido parece no valer nada. No conoce a nadie con poder, no es nadie. Pero se quiere quedar. Ya no quiere ser exportado como un servicio. Toca todas las puertas hasta que alguien en una de ellas lo recibe.

 

-No sé dé por vencido y vaya a la oficina de Recursos Humanos en la Secretaria de Educación. Ahí le dirán que hacer-

-Claro, para seguir buscando lo que no se puede encontrar-.

 

Quinto Acto. Moraleja.

  1. El sistema valora tus influencias.
  2. Queda confirmado: la esperanza es una trampa de la fe.
  3. Nunca dejes de creer que algo en ti puede marcar la diferencia.
  4. Hay quienes nacen para ser exportados.
  5. ¿Habrá que tocar otra puerta o de plano tirar los muros?