El 3 de diciembre, el viento cambió de la noche a la mañana, y llegó el invierno. De acuerdo a mi experiencia no ocurrió nada extraordinario teniendo en cuenta que en el hemisferio norte el frío llega en estas épocas, aunque más a fin de mes, con las fiestas católicas de nuestro señor.

La vida rutinaria de los farmer, que durante siglos labraron estas tierras, está tallada en nuestra sangre, en el rostro, en las manos que cultivan esta tierra, en la forma de beber nuestro wiski. Las vacas y ovejas se comportaban de la manera más natural que podía ofrecer uno de estos rumiantes. Las aves volaban y se dirigían donde siempre, buscando horizontes con más calor para reproducirse y conseguir mejor alimento.

Ese 3 de diciembre me encontraba cortando un mañoso árbol que me impedía ganar unas yardas más para cultivar, el sol todavía se encontraba en lo alto cuando el viento cambió abruptamente de rumbo. Solamente pude percibir el cambio en el viento un tanto antes de la fecha. Mis huesos sintieron, lo percibieron, en particular la cadera que desde el año en que recibí la patada de un burro en el marcado de Canterbury, no volvió a ser la misma. Rápidamente cogí mis herramientas y enderecé mis pasos hacia mi morada.

Mi esposa Emily, devota de la virgen de Nuestra Señora de Walsingham, patrona de las madres con hijos problemáticos y de los enfermos, se encontraba contemplando el horizonte desde la perspectiva que su silla de ruedas le permitía en la planta alta, en los aposentos.

Su manifiesto anglicanismo fue destruido desde dentro de su ser como la manera en que el mar rompe las rocas de la costa, lentamente y en forma invisible. Nuestro hijo Nolan había nacido con una maldición, un mal que ningún médico, hechicero o curandero pudo diagnosticar y menos curar. Su cuerpo crecía como le acontece a cualquier niño pero nunca una palabra ni un gesto surgieron de sus labios o sus ojos. No lloró ni al nacer pues desde ese día hace quince años que duerme en un sueño profundo.

Emily, luego de dar a luz a Nolan cayó en una profunda melancolía como la diagnosticó el sabio abate de nuestra comunidad. Al cabo de unos meses sufrió una caída desde la planta alta de nuestra morada y al llegar rodando a los pies de las escaleras nunca más volvió a caminar. Sumida en la más profunda melancolía ahora estaba lisiada.

La desgracia parecía golpear a mi puerta, como pueden ver, sin embargo mi hijo mayor Oliver fue alistado por el ejército real con sus tempranos dieciséis años. La Casa de Hannover le otorgó la posibilidad de demostrar su valentía en la Batalla de Bergen el 13 de abril de 1759, donde merced a su arrojo, fue ascendido rápidamente llegando a ser el capitán de toda una tropa. De él llegan sólo las cartas que remite desde los confines del mundo pues su carrera, repito con orgullo de padre, fue meteórica. Sin el dinero que remite poco hubiera podido hacer frente a los menesteres de mi desdichada posición familiar. Tampoco estoy en condiciones de arruinar su carrera obligándolo a retornar. A duras penas malvivíamos junto a nuestra joven criada Jessica, que generaba más problemas que los que solucionaba. Sin embargo era una fiel y abnegada compañía de mi esposa en sus silenciosas meditaciones.

La única alegría que se podía vislumbrar desde las nieblas de su melancolía profunda, de esa nostalgia que sus ojos manifestaban a mi mundo era oír el repiqueteo de un ave, un pájaro carpintero, que se había apoderado del viejo roble que crecía en mi finca y que sus altas ramas rozaban las ventanas de mi alcoba.

Supongo que pretendiendo encontrar un lugar mejor que el bosque este pájaro encontró en el roble una madera apta para alimentarse y vivir, tal vez lejos de sus predadores. En mi caso observar su larga lengua que es hasta tres veces más larga que su pico me llenaba de asco y por tanto procuraba no mirar hacia el roble cuando escucha su característico “taca-taca”. De tan sólo imaginar esa lengua en mis orejas, penetrando hasta mi cerebro, como en algunos sueños que tuve, me retorcían de asco, pero entiendo que era sólo una debilidad de mi espíritu.

Sin embargo, un rictus de color se le dibujaba a mi amada al sentir, ya que no se si lo podía ver, la presencia de su nuevo compañero vespertino. Nadie más daba crédito a lo que decía, para los de afuera el rostro de Emily continuaba imperturbable, tan imperturbable como el pájaro carpintero que se dedicaba obstinadamente a su labor rutinaria de picotear a nuestro viejo roble y, de tanto en tanto picotear, emitía algunos gorjeos característicos justo frente a la ventana de nuestra alcoba.

Jessica se encargaba de vestir, higienizar, dar de comer y hacer compañía a mi esposa, y además, me informaba de la situación general de ella. Así fue que Jessica comenzó a poner de manifiesto el cambio de rictus de Emily cuando, casi siempre por las tardes, este animal se presentaba.

Es algo en los labios, tuerce el pescuezo un poco hacia acá, dice Jessica señalando la derecha. Entiendo que se refiere al acto de observar concentradamente una escena a lo que se refiere en su medieval dialecto de iletrada. Esto ocurría cuando el pájaro se posaba en el árbol frente a nuestra alcoba.

Mientras tanto, Nolan seguía tan imperturbable como siempre en ese sueño ceniciento. Cierta vez Jessica me presentó la idea de llevar el niño a mi alcoba, para que escuche el gorjeo del ave.

Si algo de alegría le produce en mi ama, dice Jessica, tal vez en el niño tenga el mismo efecto, dijo con un cierto aire de orgullo a la par que hinchaba el pecho por su iluminación mental.

Su razonamiento era indestructible y huelga decir que en mí nada cambiaba la situación de mi familia, así que la dejé intervenir con lo que Nolan fue puesto en una cama frente a la ventana ese tres de diciembre. Con unos almohadones se lo puso en posición de ver hacia afuera, pero él sólo miraba hacia adentro.

Así llegó la navidad, luego el año nuevo de nuestro señor de 17… y enero comenzó con la bendición de encontrarme todas las mañanas con tanta nieve que comencé a dudar de la ayuda que pedía todas las noches a nuestro Señor. Si tan solo hicieras que la pala funciones sola, decía para mis adentros, así no debo palear para permitir la salida de nuestro hogar.

Pese a las agrestes temperaturas el pájaro carpintero seguía como un poseso solamente golpeando el árbol. Sin embargo, al cabo de unos días, tal vez a mediados de enero, un nuevo pájaro carpintero hizo sociedad con el viejo para juntos aporrear el mismo árbol. Por lo poco que entiendo de las ciencias naturales el pájaro carpintero es monógamo, así que en tono jovial sostuve la teoría de que eran una pareja. Como pareja trabajaban a la par todo el bendito día. Eso me lo decía Jessica cuando subrepticiamente por la noche se dejaba caer por el depósito de mercaderías y, Dios me sabrá comprender, sus ropajes no ofrecían resistencia a mis temblorosas y lujuriosas manos.

Pese a nuestros periódicos encuentros con Jessica, ésta siempre mantuvo la fidelidad hacia Emily, cuidándola con el mismo esmero de siempre. Fidelidad que no pude ofrecer a mi amada esposa y por el que voy a arder en el infierno por todos los tiempos. Sin embargo era una vía de escape para mi atormentada vida junto a las penosas labores de farmer solitario y una esposa con melancolía severa y un hijo durmiente.

Los informes de Jessica daban cuenta de la frenética labor de picoteo de las aves, lo atribuí a la estación del año por lo que como los seres humanos esas criaturas de Dios también sufrían el frío y las angustias propias del invierno crudo.

Llegando a finales de enero uno de los pájaros en cuestión inició un vuelo rasante sobre la tierra y desde lo alto del árbol enfiló sus alas hacia mi persona. De no haberme puesto en cuclillas raudamente el maldito pajarraco hubiera envestido contra mi rostro con su duro pico. Durante todo el día estuve receloso atribuyendo mi estado de ánimo al ataque suicida. Los brazos, o mejor, las piernas de Jessica, fueron el consuelo que mi alma atormentada encontró ese mismo día.

Al día siguiente Jessica me recibió en su discreta alcoba de la planta baja, el interminable frío de la habitación fue quebrado por nuestros sollozos y jadeos desmesurados, comprendí que de nada servía jugar al amor mudo pues estábamos tan solos en este abandonado mundo a los ojos de Dios la hermosa Jessica y yo. Luego de esa noche las visitas nocturnas se volvieron recurrentes. Metódicamente Jessica arropaba y acostaba a Emily en su alcoba junto a Nolan. Sus manos presurosas acomodaban con diligencia los cuerpos entregados a su cuidado y, sin mediar un segundo de espera, iba al encuentro de mis brazos. Finalmente y  sin dilación bebíamos wiski y nos entregábamos a ganarnos el infierno en pequeñas cuotas.

Una mañana, luego de haber dormido en el cuarto de Jessica, emprendí mis tareas con el hacha a hombros dado que me propuse conseguir más leños en el bosque lindante. Sin embargo, al momento de girar sobre mis talones y habiendo olvidado el percance anterior, al cerrar la puerta, ambos pájaros carpinteros emprendieron su ataque sobre mi persona. Con un redoble de hacha pude torcer el destino de las aves que giraron en redondo sobre mi cabeza, se elevaron y dejaron caer nuevamente hacia mí. Hacia mis ojos. El resultado de la refriega fue por mi parte unos picotazos en las manos y para las aves una huida cobarde hacia lo alto del roble.

Cuando comenzaban a sanar mis manos un evento rompió la tranquila monotonía de mis posesiones. El primero de febrero despierta de su melancolía profunda mi amada Emily. No tengo palabras para describirlo, ni intenciones de crear suspenso, ha despertado Emily. Casualmente la noche previa había decidido recostarme en nuestros aposentos dejando el lecho de Jessica para otra oportunidad. Así las cosas, quien primero vio los rayos del sol fue Emily, que sin mediar palabras y como si despertara de un profundo sueño que había iniciado años atrás, comenzó a vestirse luego de descorrer las oscuras cortinas de la ventana que daba al roble. Mis ojos no daban crédito de lo que estaba ante mí.

En un santiamén, como si hubiera acumulado energías durante su letargo, tomó posesión del hogar, dando órdenes a una atónita Jessica que, dicho sea de paso, vio peligrar su ascendencia sobre mi persona. Comprendió de inmediato que Emily sería de ahora en más su velada enemiga.

A su vez algo extraño ocurrió sobre el roble. Uno de los pájaros carpinteros había dejado de presentarse a su monótona tarea. Era el rojo, el de plumas suaves rojas rematadas en un penacho en la cabeza y finas alas grises. Simplemente habíase esfumado. Como si nuestro señor Jesucristo le hubiera encomendado otra misión, otro árbol.

El carácter de Emily, por otra parte, se manifestó altanero y mandón, imponiendo órdenes  una tras otra a diestra y siniestra. Toda la casa quedó a su mando en cuestión de días. Una apesadumbrada Jessica corría de un lado al otro en tareas agobiantes que su ama le imponía y que repetía una y otra vez cuando la tenía frente a sus ojos. Mi mente perturbada por el pecado no dejaba de encontrar explicación en el pecado mortal que había cometido al yacer con Jessica, mas no atiné a decir nada y seguir con mis labores dado que debía estar alegre de tener a mi amada nuevamente en el mundo de los vivos.

Sin embargo su actitud amorosa hacia mí fue virando hacia un trato similar al que le dispensaba a Jessica, quien luego de casi un mes de trabajo extenuante y sin poder saborear de nuestras mieles daba muestras de un terrible desasosiego.

Mientras tanto, cada vez que podía, mi amada Emily se acercaba al roble y con sus finas manos daba de comer al pajarraco ese que había intentado asesinarme. Era el que había quedado, uno totalmente rojo desde el pico hasta la última pluma de su cola, incluyendo sus rojos ojos alertas. Su larga lengua acariciaba las manos de su alimentante y si no fuera que se considera un pecado mortal puedo afirmar que mi esposa mantenía una comunicación mental con esa criatura a los pies del roble.

Hacia los primeros días de marzo, cuando los hielos comenzaban a ceder por los primeros vientos apenas cálidos o no tan gélidos como los de enero, el segundo milagro se produce en mi hogar. Nolan despierta de su largo sueño y si bien no podía caminar ni emitir sonidos en forma de palabras, era obvio que se encontraba lo más bien que podía estar un ser después de pasar acostado quince años en una cama.

A los pocos días ya comía sólo pues había comenzado a ganar fuerzas en los brazos y ya se incorporaba sin ayuda en la cama. Pero fue Jessica quien, alejada de la palabra de Dios y poseída por los demonios de la ignorancia me anotició de la ida del otro pájaro carpintero, del insidioso pajarraco asesino. Si bien nunca reparé en su ausencia al manifestarlo mi criada pude llegar a la conclusión que era concomitante con el despertar de mi hijo.

Como era de esperar, la relación con Jessica se fue enfriando, dejando de lado nuestras antiguas pasiones. Una sola vez incursioné en su habitación pero la consumación fue imposible por el ruido incesante de pájaros que golpeaban las paredes de la casa. Algo inusitado para mis cuarenta años de farmer. Me vestí frustrado y de mal humor pues los pájaros son portadores de verdades muy lejanas, y normalmente no traen buenos augurios en sus gorjeos. Mucho menos si envisten violentamente contra la morada. Sólo cesaron luego de unos minutos que fueron tan largos como una estadía eterna en el averno.

Con miradas furtivas establecimos esa forma de comunicarnos entre Jessica y yo, dado que Nolan, quien daba sus primeros pasos todo lo observaba y Emily quien todo lo controlaba, parloteando sin parar, picoteando la cabeza una vez tras otra al ritmo frenético de un pájaro carpintero, comenzaba a tornarse cada vez más huraña, mandona y hasta despiadada, en particular con la criada.

Con las buenas temperaturas de marzo la nueva pasión de Emily fue adentrarse en el bosque cercano y regresar a las pocas horas, sucia y despeinada como si nada extraño hubiera acontecido. Lo curioso era ver el cielo negro de aves girando en redondo sobre el bosque cada vez que Emily se internaba. Por su parte Nolan, cuando esto ocurría, comenzaba a caminar estirando el cuello hacia adelante y atrás, de izquierda a derecha en ángulos imposibles. Esto me llenaba de terror. Mi paraíso recompuesto se caía del cielo hasta el segundo círculo del infierno de Dante.

El niño y la madre eran dos presencias extrañas en la casa y mi criada y yo dos seres miserables encerrados en esa jaula de oro que era nuestro hogar. Habíamos quedado prácticamente incomunicados entre Jessica y quien esto relata, las nubes se acercan, dijo en una oportunidad mi bella criada. En esa oportunidad no dije nada pero sirvió de toque de arranque para dar pie a mi extraña teoría que luego vería confirmada con horror.

Todo terminó el último domingo de abril.

Emily y Nolan comenzaron a parlotear a gritos entre ellos y mi papel se redujo a la de un simple espectador de una obra de teatro aterradora. Eran dos pájaros graznando al unísono mientras dirigían sus miradas hacia la criada. De inmediato corrí hacia la chimenea y con dos grandes zancadas pude hacerme del atizador, un hierro forjado de más de un metro rematado con una fina punta y un gancho a contra sentido muy insidioso.

Juro por el Altísimo que en ese momento mi esposa comenzó a graznar ya sin ocultar su condición plumífera mientras se lanzaba con los brazos extendidos sobre mi querida. Ella apenas atinó a defenderse cubriendo con sus manos su bello rostro que era presa de violentos mordiscones por parte de Emily. Pronto las heridas mortales de Jessica cubrieron de sangre las ropas de ambas y el piso. El rosto de la sirvienta era una masa uniforme de sangre y carne al vivo sin ojos o boca que reconocer. El terror me paralizó por lo que creí fueron años, tal vez escasos segundo. Nolan gritaba como un poseso mientras golpeaba su cabeza contra las paredes al ritmo de un taca-taca.

Sin mediar una segundo de duda luego de la escena dantesca que acababa de presenciar me lancé con el atizador como una bayoneta y cargué contra lo que alguna vez fue mi amada Emily, pereció al instante no sin antes emitir unos gritos ensordecedores y mover los brazos como alas. En ese preciso instante interviene Nolan, quien al ver a su madre muerta yaciendo sobre el cuerpo de Jessica se abalanzó loco de rabia haciendo con su mandíbula un sonido similar a un “taca taca” áspero y grave mientras sacaba su lengua y la entraba todo en menos de un segundo. El atizador nuevamente cumplió su improvisado rol y cargó con la vida de mi amado hijo.

Dirán que enloquecí por los hechos, pero juro por el Altísimo, que además me verá arder eternamente, que de los cuerpos de mi esposa e hijo, por el oído salió un pájaro como si naciera de un huevo, un huevo sanguinolento y retorcido de sangre y carne. De inmediato ambos pájaros tomaron vuelo y huyeron de la casa. Allí quedaron como latentes. Por mi parte cogí los cuerpos y con un gran dolor los arrastré hacia el cementerio que posee mi familiar para nuestros ancestros a menos de una milla de la casa. Cavé dos tubas, una para Emily y otra para Nolan. Jessica, a quien más lloré la enterré bien profundo en un claro del bosque.

Cuando regresé, muy cansado y con los brazos temblorosos me avoqué a la labor de no dejar huellas de los crímenes. Todo rastro de sangre fue borrado. Todo volvió a la normalidad. La coartada ya estaba en mi mente. Una fiebre de invierno acabó con la vida de mi enferma esposa y mi durmiente hijo. Será creíble la historia, dije para mí mismo.

Al amanecer tomé un breve desayuno y me dispuse a retomar algunas actividades propias de un farmer, no sin tomar previas precauciones al salir de mi morada dado que, en lo alto del viejo roble estaban posados los dos pájaros carpinteros aporreando con sus duros picos el añejo árbol de mi propiedad. Al transponer la puerta, cerrar y girar sobre mi eje para emprender la marcha hacia el establo las aves dejaron de golpear el árbol para dirigir sus miradas, sus rojos ojos, hacia mí. Hombre previsor vale por dos, pensé apoyando sobre mis hombros el atizador.

 

 


Gastón Caglia (Santa Fe, Argentina). Escritor y lector en los ratos libres.  Abogado de profesión. Escribe cuentos y relatos y ensayos sobre sociología. Ha publicado en revistas electrónicas y en libros compilatorios de cuentos y relatos.