Ruta encontrada

La causa debe ser de esta luz, de este orden que me exige ceñir el caos de la noche. Tal vez sean ellos quienes me impiden dar cuerpo a este ¿anhelo, pensamiento? No puedo iniciar, ya me he dado cuenta, puesto que desconozco la meta y el camino. Pero es el disparate quien pide partir a solas para fundar las nuevas vías. Quiero navegar esa distancia sin medidas que es la noche. Comienzo a ver olas que no existen y voy soltando amarras. Apunto la proa hacia ningún destino, ¿qué importa el zigzagueo azaroso de mi nave fija? Los minutos pasan rápidamente con su lentitud acostumbrada. Pronto, es decir, después de horas, vislumbro un faro que no veo: lo escucho. Es la dulce melodía interrumpida de mi radio a un costado. Su frecuencia irregular imita el vaivén del oleaje verdadero. Quiero escuchar mejor y despliego mis velas aprovechando el viento de mi deseo. Allá voy, quieto en mi habitación. Sonidos parásitos se escuchan a los lados, un perro que ladra, un auto que pasa. Sigo ahora en perfecta línea recta. Hago incluso a un lado la luminosidad de mi lámpara: cierro los ojos. Mi ruta ha sido encontrada.

Penumbra

¿Cuál es el minuto exacto en que el sol se apodera de su día? Un poco antes son todavía las sombras revueltas con una luminosidad que tampoco se decide. Le llaman penumbra, el temporal reino de la confusión. El espacio es entonces un vapor que etiqueta cada molécula del aire. Aquella sombra no desciende de este árbol, es ella quien crece de la tierra como una llama oscurecida; es un pulpo que sube sus tentáculos danzando hasta aferrarse escondiéndose en los cuerpos. Hay que saber ver y escuchar cuando el segundero del planeta se quiebra. Las sombras verdaderas se repliegan huidizas dejando como estela las otras sombras que permanecen el resto de las horas. El tiempo vulgar deja sus marcas con las que borra poco a poco el eslabón roto del, ahora ya, eco de la penumbra.

Creación

I. Retuerzo las realidades para embotellarlas en esta caja de palabras. Puedo decir «el sol lanza petardos que estallan cuando tocan nuestra vista» y con ello estaré reconstruyendo el cotidiano suceso del día. Esa es mi aventura de la poesía, hacerles ver en nueva forma aquello que en realidad sucede fuera de toda palabra.

II. Rueda la moneda sin saber el destino de su meta. ¿Cuál cara será la que nos mostrará? Nadie lo sabe y ahí está la razón del azar. Así procedo, ignorando finales de poemas. Que las palabras transcurran solas, rueden y caigan a quién sabe qué distancia ni con qué intención. Al final de cuentas algo habrá sucedido.

III. No mentiré jamás, pero tampoco quiero decir que hablaré sobre la realidad. «Mis sombras ascienden», eso es indemostrable, pero no falto a la verdad de mi creación. Crear no es mentir, es ofrecer las verdaderas posibilidades de nuevas imágenes juntas.

Vértigo en tres actos

Luz artificial

En la noche la luz amarilla cubre todo con su grueso polvo revelador. La calle recta es una flauta con su largo costillar lleno de agujeros amarillos (resultado de las lámparas que la iluminan). Las recámaras inflaman su segundo espíritu tras encender un foco, como globos dentro de la carpa de un circo. Es este desplazamiento (que como un sacudión da la luz a las ánimas de los objetos) el que nos hace ver como una radiografía sus estructuras atemporales.

Tiempo limitado

Para la vida de un hombre es suficiente: la geografía de las montañas que lo circundan permanece inalterable a pesar de las inclemencias climáticas. Se antojan divinas, pues, las tijeras que recortaron las siluetas de los volcanes. Aquellas cambiantes nubes extienden sus figuras por instantes y por eso otorgamos a los cerros el sinónimo de eternidad (sin que esto sea sólo un calificativo).

La grieta

No sé cuál es el atractivo de la grieta, si precisamente cada que vuelvo la encuentro más larga. «La cosa ha cambiado», me digo. Y esa es suficiente evidencia. Sin embargo, vuelvo. ¿Qué es esta sensación de la contradicción entre luz, montaña y tiempo? En el fondo es mi vértigo por las edades, los transcursos del tiempo, una visioncita  de lo que para Dios debe ser tan fijo como una estatua.


Ergo Rodrerich (Ciudad Guzmán, Jalisco, México, 1967) Durante su estancia en la ciudad de Guadalajara, y cuando todavía se llamaba Guillermo Ochoa-Rodrigues, participó en la creación de La Mala Estrella, una editorial de escritores emergentes que publicarían ahí sus primeros trabajos bajo el concepto de la «contrata editorial»: pagar entre todos la publicación de una plaquette y luego el de la siguiente.

Su primer libro se tituló Cardinales. El segundo no tuvo nombre, mientras que el tercero se publicó en Colima, dentro del auspicio de la Universidad, bajo el título de Libro naranja, donde reunía poemas en prosa y en verso.