ANTONIO EN EL TERRENO BALDÍO

Arañar cosas que en su incompleta lógica

hacen vivible esta permanencia.

Escribir 500 versos como requisito de…

comprar lapiceros de distintos colores

para pintar cuadernos

y dejar todo sobre la mesa.

Largarme a caminar en una ciudad que no me gusta,

entre personas que tratan de olvidarme,

sin ganas de convencer a nadie

ni de traer más adioses a la puerta.

El día se va en una o dos cosas obligatorias.

Ese sentido vivir.

Ese muro, esa ventana, aquella puerta roja.

Aunque me ubique entre las circunstancias,

siempre fui inútil para el dinero.

Mi vida no es ausencia, solo es un poco distinta:

mi cautiverio y mi salida están en el mismo sitio,

allí mis maletas siempre junto a la puerta,

habito un terreno baldío.

Entre el cautiverio y la salida hay mucho silencio.

La gente que amé no me nombra en público.

Es como si el pasado fuera lodo,

o una fotografía guardada en los cuarteles

que renace para podrirse en la intemperie.

El placer ha diluido el entusiasmo.

Los invitados se han ido y rompieron todos los platos.

Se vislumbra un rencor esférico,

cubierto de un polvo fino e indeseable.

Andamios para reconstruir la fe derribada,

la fe que ya no mueve mis montañas.

Tantos apocalipsis, sin embargo los árboles florecen

en la estación más odiosa del año.

Puedo hoy sentir una distancia que no practicaba,

estoy tan libre como solo, hoy no habito oficinas

ni atildados manifiestos culturales.

Mi sombra tiñe de cobardía a los participantes,

que abrazan sus panfletos en sombras ajenas.

Porque este mayo no llueve

y ese silencio es la peor venganza.

Añado letras y vuelvo a trazar mis caminos.

En trizas vuelvo a mí,

salgo a participar de las avenidas oscuras

siniestramente rectas para no hacer un solo laberinto.

Hoy pienso que es mi último día

y que también lo fue ayer

y que lo será mañana,

halando aire que entra en forma de mercurio

o sangre y que no me deja en calma.

Ese pensar que la vida nos da algo

cuando en realidad nos lo está quitando.

¿Dónde, pues, los planes?

Las ruedas pasan encima de los proyectos,

esa orfandad de los terrenos baldíos,

esa artimaña para inventarse esperanzas,

ese oxígeno que robamos de los cuadros.

Solo ver y leer.

No importa que mi árbol sea el más lejano del camino

y que nadie recuerde sus hojas.

Uno es más cuando está en la distancia, observando.

Aquella espuma agotada,

aquel ruido numerado,

aquellas pastillas que causan temblor de manos.

En el infierno se medita tanto,

cualquier lugar de tormento se vuelve casa,

porque comer mierda también se hace costumbre.

Mi nombre es Antonio,

ese nombre que soñó mi madre y despertó

en labor de parto.

No hay explicación para este destino,

“el que siempre va por delante”

Mi segundo nombre explica mi deseo

y mi sentido…

tener dos nombre nos condena a estar divididos,

para mí son dos orillas que se observan,

dos tiempos,

dos esferas chocando.

Pero el otro rostro viene de los sueños,

porque es un muro perforado

que cuela un poco de día

o de noche…

eso que al fin de cuentas

termina siendo lo que soy.

 

Cerrito del Carmen, mayo 2021


Javier Payeras (Guatemala). Poeta, narrador y artista visual. Entre sus libros de poesía destacan Raktas, Soledadbrother, Post-its de luz sucia , La resignación y la asfixia, Déjate caer, Slogan para una bala expansiva, Volumen de islas. Premio Batz al artista guatemalteco del año en la rama de letras. Su trabajo ha sido incluido en diversas antologías y su obra ha sido traducida al inglés, alemán, francés, italiano, portugués y bengalí.