Alta mar

 

Llorar,

en acto

es bastante simple,

a razón de la existencia,

temo y lloro seguido.

Consiste en la premonición del dolor,

se esparce en mejillas

Se enreda entre piernas.

Ligeramente,

botamos el ruido

que acrecentó dentro del viento

lejos de altamar,

luego podríamos oler sutilmente a marea,

cubrirnos de noche y volar a los cielos,

-declaración de mi dolor-

no estoy segura de la similitud del tuyo.

Mi madre lloraba a causa del cáncer

la ejecución era igual de sencilla,

botar líquidos poco dulces

los suyos: enfermizos.

Mi padre,

lo hacía parecer complejo,

a escondidas

se diseminaba en el retrete

ahogado a modo de infante.

La muerte nunca fue tan simple,

ni el lamento incesante de vivir.

Mi progenitor y yo

prostituimos llanto ante tumbas fétidas;

y al fin pude ser

vacío en línea recta junto al ocaso

uniendo mis aguas con las grandes.

 

 

Nosotras

 

Envuelta: floripondio,

deshecha: solo jugo.

Mi talento es pudrirte los dedos bajos

y reír muy fuerte,

llamar la atención

hasta consumirme con el fuego.

 

-el ande en tempestad-

 

Mi pubertad fue sangrienta

por eso, una de mis madres

obsesionaba su tiempo

en corregir mis vicios,

es que había entendido

la muerte de mis privilegios,

ciertamente,

al concebirme en semilla,

pero morí en un descuido a su cuidado.

 

Caí en una fosa común

que coloreó mi piel de tierra,

me obligaron

a sostenerme de raíces curvilíneas,

por mi salvación:

la tierra se pudrió entera.

 

 

Del Sur

 

Nací en el sur

de coca hasta las rodillas,

envenenada por la tierra a los tres años,

junto a mis iguales

me desdeñaron.

La puna y la helada comprendían:

flores y niños muertos.

 

En nuestra inmensidad silvestre

adoramos el agua

y nos la quitaron,

adoramos la tierra

y también nos la quitaron.

 

Nací en el sur

junto a la lloclla infinita

dividiéndose 

-a modo bíblico-

arrastrándonos entre el adobe;

Simbólicamente un castigo

(inválidamente divino).

Concluimos culpa en los malos vientos

y en la premonición ancestral

 

Nací en el sur,

coloreada

dentro y fuera

a modo de carnaval.

Endemoniados

(todos)

por inexplicables

sueños andinos.

Llenos de chicha,

-amor fraternal-

persiguiendo el alimento

sobre la papa heladísima

autora de llagas

y putrefacción orgánica.

 

 

Wañuy

 

Anclada a la muerte como dildo en precipicio,

mi alma, si es que existe una dentro de esta ruina brusca

se ha endulzado con la idea de ser brisa,

pero mi peca hierve a ese futuro:

El marrón no es marrón si se contempla en la nada”,

me lo ha gritado persignándose ante el cielo.

 

La timidez de ese destino que siempre atrapa,

ha embargado a madres, padres, ancianos somnolientos

y a una amiga de infancia,

se los ha engullido como siniestro en la puna tenebrosa,

ha entonado el vino de aquellos velorios

para bailar ebria en la nébula.

Ha tomado a mi madre, 

al padre de un hermano,

a la niña durmiente

y perduró su danza en la cima del Apu.

 

A pesar de mi adhesión con su fondo

la peca me ha dicho la verdad

sobre todos nosotros:

los fatalistas sociales, la sierra desdeñada,

la podredumbre invisible

y la impureza en nuestra leche materna.

 

Me ha dicho que todos,

a pesar del odio continúo a esta existencia,

hemos admitido

ante el dolor del cuero vacuno que,

somos vianda de esta vida,

pero de aquella que pretende ser más que consumible,

más que instrumento de fibra o estreñimiento.

 

Amortizamos el golpe a base de amantes,

sosteniendo el jugo del San Pedro que nos hace ser esto.

Esto que llamamos carne, esto que afirmamos eterno,

es aquí donde ese destino

se encuentra sometido a nuestras ortigas.

 

 

Sin título

 

La espuma erizada,

caminante en neblina y mugre

foco de huesos malheridos

marinos, aéreos, humanos.

Suicidas, repletos del hedor

a invierno fluctuante,

antecesor de un otoño

descomponedor en vientos.

Más violento, el acuoso

llega hoy cargado de muertes,

cenizas congeladas

fuertes en descenso,

antes: cuerpos

mórbidos de enfermedad,

ahora: remembranzas

libertinas, fugaces, sexuales

alimento para la oscuridad tardía.

 

 

Fragmentación

 

Piedras continuas a los senos

se hostigan en el fondo,

estruvitas que se rompen

estruvitas que fallecen.

Se han ido graciosamente

escapando a los mares

a fin de evitar el cáncer

y su descomposición con él.

Gritaron antes de dejarme huérfana,

pero mi propio quejido

jamás me dejó oír.

Por ello no adjunto culpa,

aunque hayan escupido

a cada órgano

antes de su huida.

                    “¡Odiamos que nos obligarás a querer!

                      ¡excretamos el deshielo al que nos sometiste¡

                      Y por ello, condenamos a tu cuerpo al abandono”.

El discurso fue silencio

porque, afirmo,

el sonido en mí no era posible.

Fue entonces cuando

mi cuerpo se modificó en cemento

es que ya no fui suficiente

para ser piedra.

 

 

Bebamos

 

Quien entienda el dulzor de la caña vulnerando los abismos,

Quien goce del llanto en la noche azul encorvada

será quien extirpe el bulto en los pies, pues bien sabe que,

el dolor se acurruca con la tierra y

qué mejor que la sangre goteando a su viveza.

 

Quien se beba el alcohol como río dulce,

verá a sus padres muertos al voltear los ojos

y le bailará al demonio en la comodidad de casa,

pues será más que humano,

aunque los órganos infames se hagan piedra,

y su panza pudra al albur de lo ajeno.

 

 


Andrea Orduña (Perú), se me hace un nombre bastante ruidoso. Por eso, a causa de mis raíces y la melodía infinita del hablar de mi abuela, decidí llamarme Yana Wayta, en español: flor negra. Es que la oscuridad no solo la tengo salpicada por todo el cuerpo. Nací en el Cusco bajo el Apu Picol en un contexto político cancerígeno, molestia que contengo 21 años después, por eso e infortunios de un crecimiento socialmente caótico, decidí estudiar Derecho desde hace tres años. Ese tiempo es el que llevo en esta ensordecedora ciudad, Lima: infierno del inocente, desde entonces padezco lejos de la tierra fría y del adobe de casa siempre intimidado por las lluvias. Yo no soy poeta, soy la imagen del vacío central del Picol o la helada de cada junio.