Pude haber nacido el día más triste

de la vida, pero nací un día en que el cielo era blanco,

la sangre de mi madre y de mi padre hicieron

un rico batido de plátano que la histeria

bebió alegremente en el café de la esquina

más próxima.

Y ahí va el tiempo, el cielo, el viento,

viejos animales cansados de andar.

Ahí vamos nosotros, tras nuestros animales,

tras nuestra sangre que se queda seca,

atrás, una vida despiadada que se traga y succiona

a sí misma como un rehilete enfurecido,

como un ramillete de estiércol del rancho

más humilde de la campiña mexicana.

Decir México produce dolor de panza, dolor de articulaciones

y lamentos. Decir México cansa la lengua, los intestinos,

la esperanza. Mi mamá ya está cansada,

muy enfadada de que no puedan salir cosas

amables de mi boca. Afable viento,

caricias a los oídos rojos,

flores gramaticales que se mezclen

en los torbellinos cerebrales de quienes

me conocen.

Yo no puedo hacer otra cosa que bajar la cabeza,

lamentarme y ponerme a escribir cartitas tontas a las dos

de la mañana… porque últimamente se me ha ido

el sueño, se ha cansado, se ha secado,

está más feo que el trapo con el que seco mi feo fregadero.

El resto de la casa está decente, pero el fregadero es eso:

un fregadero, pulimento arduo de trastes que nunca

serán lavados por los siglos

de los siglos.

Duermo a un lado de una araña.

Dejo que termine su telaraña, su construcción

glacial. No sé si es mortífera.

No me importa tanto en realidad.

No puede ser más mortífera

que yo, o que tú, o que el ovíparo político,

o que una ardilla,

o que un perro con rabia,

o que un niño muerto en cualquier lugar del mundo,

con las tripas de fuera.

Porque ya está de moda poner banderitas.

Ahora sí tenemos banderas, himnos, capitales,

dinero, manzanas mordidas que nos ponen la cabeza

muy lejos del corazón.

Ya vamos progresando. Estudiar Maestría,

Doctorado –sigo escuchando la voz de mi mamá

diciendo: Ay! Ya vas a empezar!

¡Ser alguien en la vida!

¡Sé alguien en la vida!

¡Tienes que ser alguien en la vida, inútil!

¡No produces nada!

¡Eres un quejumbroso!

¡En lugar de estarte manifestado, ponte a trabajar, baboso!

Me repito una y otra vez… como si fuera una oración

católica, apostólica, romana, hinduista, zen, de Tombuctú…

porque si no tienes nada no vales nada.

Nunca valdrás más que el trapo

sucio y roído que limpia

tu paleolítica cocina…

¿Cómo te vas a vestir?

¿Con qué periódico te vas a tapar la cola?

¿Con qué chisme te vas a cubrir

el rabo de la confianza?

 

Somos nada,

puro polvo,

radioactivo…

Yo alcanzo a distinguir

que soy René,

René Arenas…

Pude haber nacido…

Ahora soy sólo es…

Arenas…


Óscar Robles (Colima, 1985) es licenciado en Letras Hispanoamericanas por la Universidad de Colima, y realizó estudios de Teoría Literaria y Literatura Española en Alicante, España. Miembro del Colectivo Transvolcánico, coorganizador de los Encuentros Transvolcánicos de Poesía en todas sus ediciones y participante en el Festival Internacional de Poesía en Trois-Rivières, Quebec, en 2008. Ha publicado Caleidoscopios (Secretaría de Cultura de Colima, 2008) y Mar vitral (Puertabierta editores, 2012), así como la antología Los trabajos del mar, al cuidado del poeta Víctor Manuel Cárdenas.