Escribo poesía. Y decir esto debiera bastar y sobrar para conocer a una persona. No puedo escribir otra cosa, aunque lo he hecho. Leí, arduamente y lo hago constantemente. Primero me aluciné con los surrealistas, después con otro surrealista: Huidobro. Después conocí a los concretistas brasileños y los poetas visuales españoles. Mucho después entendí que la poesía no era salirse del mundo tan alucinado; William Carlos Williams y Edward Estlin Cummings se encargaron de ello.

El verdadero poeta pone al alcance de nuestros ojos aquello que existe, pero todavía no está; o sea, revela. Los copos de José Emilio Pacheco revelan, en cinco o seis líneas, pero dan cordura y sensación auténtica de que son planetas en desplome. Revela también Elias Nandino, en ocho versitos argumenta que un vaso estallando en el suelo es una galaxia naciendo, le creo; eso es poesía. Revelar resuena en mí como un calambre. La geografía de un estremecimiento: primero la luz del rayo, después la carnosidad del trueno y al final, el eco, el calambre y su temblor.

He notado que las sociedades hispanoamericanas están perdidas entre libros largos y aburridos; es decir, se tiene un concepto muy ajustado de lo que la poesía aporta a la sociedad. Hemos olvidado el lado divertido de la poesía, su lado más humano que es capaz de darnos oxígeno y auténtico alimento a nuestro caótico acontecer; por lo tanto, a muy poca gente le interesa volver a los grandes clásicos como Sor Juana o Juan Luis de León; es necesario, en el fondo pienso que es vital, pero para llegar a estas praderas de entendimiento humano deben de pasar muchos libros por nuestros ojos.

Lo más preocupante con lo que me he topado, estriba en el hecho de que nuestras sociedades contemporáneas están muy alejadas de habitar los libros. Uno no debiera necesitar convertirse en un licenciado o poseer una maestría para poder acceder a leer, realmente leer un libro. Falta la auténtica vocación, la enfermiza obsesión que debiera tener la sociedad para leer.

Y leer poesía es un acto más arduo, más difícil; requiere mucho más esfuerzo. El trabajo se va para ambos: el poeta, creador y espectador. Hay una misión vital en ambos: si no se complementan, la magia se pierde.

Por otro lado, tenemos la cuestión del internet, redes sociales y la música popular, que siempre han sido efectivos distractores para nuestras ciudades, nuestros pueblos. Es reconocible cierto esfuerzo por parte del Sistema Educativo Mexicano por poner al alcance de la educación básica el esfuerzo por leer. Ya que esta actividad debe ser implementada a nivel académico y escolar. Es por todos bien sabidos que un alumno que lee, es un alumno que sabrá pensar por sí mismo. Se formará un ciudadano que muy probablemente tenga recursos intelectuales que le permitan un mejor futuro. Pero desde el ámbito social, el aliento de la lectura no debe cesar. Los padres de familia y nuestra configuración social debieran estar convencidos que leer es tan importante como respirar, como sacar cuentas, sumas o restas. Leer, dar el ejemplo de leer, cosas de mediana y alta calidad, nos darán elementos con los cuales será mejor enfrentar el futuro y las incertidumbres.

El libro Mar vitral fue escrito casi en su totalidad en un viaje de estudios que realicé a la Universidad de Alicante, en España. Se trata de mi primera etapa como poeta, como un aspirante a dejar una huella en la panorámica social literaria. Pero mi interés va más allá de las publicaciones, no tiene ningún sentido publicar un libro cuando no existe un país educado a la hora de leer. Mi alma, la más pura médula de mi ser se encuentran en este libro. Es cierto que son primeros poemas, sin embargo eran tan míos que volaron, tomaron forma de papel, y ahora son del viento y los lectores.

La literatura y la poesía son fenómenos eminentemente sociales que existen porque pueden soportarse en el otro. Por lo tanto, siempre se necesitan dos o varios para afirmar que hay un elemento literario, que algún poema, cuento o novela son importantes para su contexto y su realidad. Un poeta latinoamericano decía que no existe mejor prueba de que el ser humano existe sino porque escribe. Fernando Pessoa siempre afirmó que la literatura existe porque la vida no basta.

Cada poema que escribo, cada lectura, cada pulso gramatical y de lingüístico, buscan siempre revelar al lector, y no precisamente los detalles de mi vida. La idea es que la poesía, sin proponérselo, recrea la vida; es una corriente que alcanza la cresta más alta de su ola en el otro, siempre en el otro.

Como parte de la comunidad literaria de mi ciudad y de mi estado, he estado siempre preocupado por encontrar nuevos formatos en que el ejercicio poético pueda resultar seductor sin detrimento de su calidad orfebre. Un grupo de colegas poetas y yo nos hemos dado a la tarea de organizar múltiples lectura alrededor de los museos de la ciudad de Colima, donde pretendemos, a través del performance, la música y la improvisación, llevar la poesía a otros confines. Nuestro interés básico no impera en la falta de lectura, al contrario, pretendemos organizar todo un cúmulo de experiencias alternas que toquen las fibras de los espectadores. Lectores y espectadores. Ver también es leer, decodificar, hacer común.

Mi oficio y mi pasión son enseñar, así como la poesía. Una parte de mi alma está en cada uno de mis libros; espero encuentre en mis poemas un trozo de la suya, apreciable lector.


Óscar Robles (Colima, 1985) es licenciado en Letras Hispanoamericanas por la Universidad de Colima, y realizó estudios de Teoría Literaria y Literatura Española en Alicante, España. Miembro del Colectivo Transvolcánico, coorganizador de los Encuentros Transvolcánicos de Poesía en todas sus ediciones y participante en el Festival Internacional de Poesía en Trois-Rivières, Quebec, en 2008. Ha publicado Caleidoscopios (Secretaría de Cultura de Colima, 2008) y Mar vitral (Puertabierta editores, 2012), así como la antología Los trabajos del mar, al cuidado del poeta Víctor Manuel Cárdenas.