Bajo un prístino y despejado azul cielo de otoño, sentados en la terraza de un escondido local de café Francés, me armé de valor y le dije:
-No tengo mucho tiempo, tengo un vuelo que tomar. Sin embargo, aunque desconozco las razones por las que debo estar contigo, estoy aquí dispuesto a encontrarlas- dije, mientras me hundía en mi asiento y daba un sorbo a mi café pensando en si había causado o no el efecto dramático deseado.

Frente a mí, una encantadora hada batía sus alas de vez en vez, típico en ella cuando se sentía en una situación incómoda…
Un pequeño paréntesis.
¿Hadas? Sí, Hadas. Escucharon bien. Y también había musas, duendes, y demás seres mitológicos narrados por el hombre a lo largo del tiempo, sin importar credo, cultura o religión. El cruce de los mundos se dio de porrazo hace un lustro y aunque los científicos dieron una explicación vaga y confusa, me bastaba saber que los dioses se habían vuelto locos. Mi situación no cambiaba porque aún tenía que trabajar, pagar la renta y buscar a quien amar.
Fin del pequeño paréntesis.
Y basta decir que el hada me dio una tremenda cachetada. Y la vi partir mientras movía sus alas y trasero sincrónicamente, dejando tras de sí una estela de furia.
-¿Disfrutaron el show o qué me ven? Idiotas… -exclamé furioso en voz alta justa antes de sentir vergüenza e impotencia ante la mirada de cíclopes, sirenas y un par de monjas que también se encontraban en el local.
Tras pagar la cuenta, salí en busca de un taxi que me llevara al aeropuerto. El viaje sería largo y tendría tiempo para pensar.
Y el taxi avanzo pasó por las Montañas de la Locura, y recordé que ella dijo: -¡No puedo creer que me convencieras de venir a aquí! ¡Te juro que a veces me vuelves loca!…
Y el taxi dio vuelta por Avenida Corazones Rotos, y recordé que ella dijo: -Me engañaste con Melpómene, esa musa barata…-
El taxi finalmente dobló por la Calle Amargura, y recordé que ella dijo: – No quiero volver a verte. ¡Esto se acabó!-
Definitivamente esta ciudad tiene las calles con los nombres más deprimentes, pensé mientras me bajaba del coche y recogía mis maletas. Esa noche, mi vuelo se pospone indefinidamente. Dragones verdes que escupen fuego dominan a placer los grises cielos de la ciudad. Pido un café y me pongo a leer el periódico. No me sorprende. El día ha sido tranquilo y casual, como una caminata en el parque.

 


 

Juan Fernández (Guadalajara, 1984) Ingeniero de profesión que disfruta los atardeceres en la playa. Una vez se comió 22 tacos.