—¡Tú no tienes ningún derecho a poseer mi alma! No cuentas con los permisos adecuados, ¡y exijo que abandones mi cuerpo en este instante! —exclamó Marco Antonio Riojas en el momento en que sintió entrar en su ser a un ente maligno.

—¡Te equivocas mortal inmundo! ¡Yo soy el gran Balzork! Y voy a… Espera… —los cuernos de aquel pobre diablo quedaron cabizbajos, sus entrañas se retorcieron y su piel palideció cuando revisó la tarjeta de identidad del poseído. Cometió un craso error. No estaba dentro de Marco Antonio Rojas, el estafador de poca monta al que fue asignado, en su lugar entró en Marco Antonio Riojas, el afamado penalista que obtuvo gran poder y estatus al defender con éxito contundente a políticos, traficantes, vampiros e incluso demonios de alto rango.

El abogado notó que Balzork no decía nada, así que caminó con calma al otro lado de su amplio estudio para servirse un vaso de coñac, saboreó el fuerte aroma de aquel licor antes de dar el primer sorbo. El tropiezo de aquel novato lo podría beneficiar y tenía un plan para ello.

—¡Licenciado Riojas, le pido una enorme disculpa! No era mi intención llamarlo inmundo, ¡me da mucha pena! Hubo una terrible confusión de identidad… Usted sabe de estas cosas. Le reitero que no quería ofenderlo, le ruego me perdone. ¡No volverá a suceder! Me retiro para que disfrute el resto de la noche en paz —el demonio estaba por abandonar el cuerpo del agraviado cuando lo escuchó decir:

—¿Estás consciente de que tu atrevimiento es grave y de que incluso te pueden “suspender” por esto?

—¿Atrevimiento? ¡No, no, no, para nada!… Es un terrible malentendido. Como le decía, hubo una confusión con los apellidos y sé que es una omisión importante pero no volverá a suceder. ¡No le vamos a molestar nunca más licenciado, se lo juro! Créame que comprendo su enfado, pero no hay que llegar a esos extremos. —el demonio sudaba azufre. Sabía muy bien que ser suspendido significaba dejar de existir de una manera dolorosa y humillante, o peor aún, ser enviado como vendedor de seguros al paraíso.

—Pues yo tengo que reportar el asunto. Esto no lo puedo dejar pasar por alto. —El penalista le dio otro trago suave a su bebida— Y para ti soy, Don Marco. —concluyó contundente.

—¡Don Marco, no es necesario llegar a esos extremos! —Balzork buscó dentro de la mente de aquel hombre alguna pared donde recargarse, pero la opulencia de aquella cabeza lo hizo desistir por temor a romper algo y empeorar su situación— Mire, si hay algo que pueda hacer por usted para enmendar la falta cometida lo haré sin chistar.

 El desdichado diablo sabía que a pesar de que Don Marco era sólo un mortal, no era uno cualquiera, se trataba de alguien muy bien conectado con las esferas del poder tanto terrenales como infernales, al punto en que ya había colaborado de cerca con Satanás.

—De hecho creo que me puedes resultar útil —dijo el abogado—. Pero antes… ¡Salte de mi mente, demonio imbécil!

Balzork saltó fuera de aquel temible ser como si se le fueran a quemar los pies y se hizo corpóreo ante él sin ocultar su verdadera forma.

—Toma asiento —dijo Don Marco y señaló una silla que se encontraba frente a su opulento escritorio.

El ente maligno se sentó expectante mientras que su interlocutor caminaba hacia su lugar coñac en mano.

—Déjame decirte algo, apenas te conozco, pero el ímpetu con el que entraste en mi cabeza me habla de un demonio con actitud decidida y a pesar de que empezamos con el pie izquierdo creo que tienes potencial. Si aceptas trabajar para mí puedo obviar tu descuido —el penalista se reclinó sobre su amplia silla ejecutiva.

—Como dije, Don Marco, lo que usted necesite —el nuevo subordinado tomó una postura más recta para causar una mejor impresión en su nuevo jefe.

El tiempo transcurrió y aunque Balzork recibía de vez en cuando encargos interesantes como amedrentar testigos, matar soplones o espiar rivales, por lo general sólo era empleado para trabajos menores como mensajero entre la tierra y el infierno o empleado de oficina. Al demonio no le molestaba servir a un mortal, pues Don Marco era alguien poderoso y se hacía respetar, pero Balzork estaba harto de que lo amenazara con hacer que lo suspendieran cada vez que buscaba ser ascendido u obtener trabajos más importantes. Para añadir sal a la herida otros seres infernales lo apodaron el office demon.

El fastidio del infortunado cornudo llegó a tal punto de que empezó a ir a terapia a espaldas de su jefe para poder lidiar con su depresión. Lo irónico del asunto era que incinerar evidencias y cadáveres, una de las tareas más tediosas y aburridas que Balzork tenía lo reconfortaba de cierto modo. Las enormes llamas de aquellas fogatas le recordaban sus días en el infierno. También aprendió mucho sobre el sistema legal de los mortales. Su manía de estudiar y leer todo antes de hacerlo arder le permitió entender muchos aspectos sobre esa materia.

Y fue justo en una de esas quemas que el demonio se topó con una vieja y polvorienta caja sin etiquetar. Destacaba de entre la enorme pila de cosas frente a él porque todo lo que se le entregaba para destruir llegaba clasificado y ordenado tras pasar por el escrutinio del equipo de Don Marco que siempre se aseguraba de que «nada importante se fuera» como el mismo penalista solía decir. Balzork abrió ese archivero de cartón antes que nada.

Al principio se sintió un poco decepcionado, sólo encontró lo usual, documentos legales, contratos de ventas de almas y fotos incriminatorias. Pero en el fondo de la caja se hallaba una cinta de video. El diablo curioso no necesitó un reproductor pues sus poderes, aunque fueran los de un demonio de bajo rango, le permitieron ver el contenido con sólo sostenerla entre sus garras. El video mostraba a Don Marco hablando con Mefistófeles en una habitación de hotel.

«Eres un mortal demasiado ambicioso para tu propio bien, no es que me importe lo que te pase, pero si voy a llegar a un acuerdo contigo debo asegurarme de que no te vas a echar para atrás» dijo Mefistófeles en aquella cinta.

«¿Acaso alguna vez te he quedado mal?» le respondió Don Marco.

«Cierto, no lo has hecho. Sin embargo tú ya tienes un trato pactado con Satanás donde le entregas tu alma a cambio de poder y riquezas, ¿y ahora buscas la inmortalidad?» aseveró el ente maligno.

«No es sólo la inmortalidad, es convertirme en…  ¡un demonio poderoso!» el abogado exhibió gran avaricia.

«De todos modos debes entregar tu ser y sufrir en el infierno antes de ser convertido en demonio y además entregarnos algo a cambio de ello. Tu alma ya la tenemos. La pregunta es… ¿qué más tienes para ofrecer?» inquirió Mefistófeles.

«Me enteré de buena fuente que acaba de nacer una niña muy especial, se trata de un alma destinada a convertirse en una mujer peligrosa para la causa y yo se las entregaré en bandeja de plata antes de que crezca para que hagan de ella lo que les plazca» fue la respuesta de Don Marco.

Balzork continuó viendo la cinta y se enteró de los pormenores del pacto. En resumen, el penalista debía entregar a esa infante con la documentación adecuada para probar que estaba cumpliendo con su palabra y en recompensa sería transformado en demonio. Al terminar de observar el video lo ocultó junto con el resto del contenido de aquella caja.

A la hora del almuerzo, el demonio se retiró a un lugar seguro a revisar con curia su hallazgo. La documentación del caso estaba revuelta con otras cosas, sin embargo el ser maligno obtuvo suficiente evidencia para probar que Don Marco no logró capturar a la niña y que pensaba entregar a otra pequeña para estafar a Mefistófeles. «Con esto me voy a librar de ti, mortal pérfido» pensó Balzork mientras terminaba de ordenar y esconder su valioso descubrimiento.

Dos meses más tarde, el office demon fue enviado al infierno de nuevo a entregar unos papeles. Este aprovechó la ocasión para presentarse ante Mefistófeles y revelarle lo que encontró. En un principio, el demonio de menor rango no lograba obtener una audiencia, pero cuando lo logró captó toda la atención de su superior.

—¡Vaya, vaya, vaya! Jamás creí que Don Marco Antonio Riojas, el único mortal con una posibilidad real de convertirse en un demonio importante fuera capaz de cometer semejante estupidez. ¿En realidad creyó que podría engañarnos? —dijo el poderoso ente maligno entre divertido y sorprendido.

—¡Así es, gran Mefistófeles! Y yo me infiltré en su organización sabiendo desde el principio que algo andaba mal con ese abogado —Balzork estaba muy complacido consigo mismo.

Mefistófeles soltó una carcajada enorme y le contestó:

—Dudo mucho que este haya sido tu plan desde el principio. Hay… ciertos rumores de cómo acabaste trabajando para Don Marco que no te hacen lucir bien, que incluso podrían significar un castigo para ti… No te preocupes, con esto puede que quedes exonerado y regreses a nuestras filas.

Para Balzork esa risotada y aquellas palabras fueron una montaña rusa de emociones que al final terminaron en una nota alta. Logró su objetivo y eso era lo único que le importaba.

—Bien, ahora le debemos una visita a cierto mortal avorazado —concluyó el gran ente maligno.

Don Marco no se esperaba un encuentro con Mefistófeles tan anticipado y mucho menos escuchar cómo su plan para estafar a uno de los demonios más importantes del infierno fue descubierto. Palideció tanto que ni todo el coñac del mundo le hubiera bastado para recuperar el color. Su destino estaba marcado, lo perdería todo y sería torturado por toda la eternidad de maneras que ni siquiera se imaginaba. El abogado trató por todos los medios de convencer a la autoridad infernal de que todo era una conspiración en su contra, mas fue inútil. Las pruebas descubiertas por Balzork eran contundentes.

—¡No creerás las patrañas que inventó ese diablo inútil! ¡Si entró en mi mente por error! —exclamó el abogado.

—¡Por error nada! Nosotros lo enviamos como infiltrado. ¿O acaso crees tú que un demonio se equivocaría al poseer una persona así nada más? —Mefistófeles le mintió a su interlocutor de manera desvergonzada y socarrona —No hay más que decir. Tu llegada al infierno se adelanta y el comité de bienvenida está listo.

Es por ello que aquel demonio de bajo rango que alguna vez errara con el apellido del mortal a poseer, ahora es un mando medio a cargo de la supervisión de negociaciones con penalistas mortales. Todo el tiempo que pasó como autodidacta frente al fuego de la hoguera le resultó más útil de lo que jamás se imaginó.

En cuanto a Don Marco Antonio Riojas, nunca se supo más de él. Algunos rumorean que huyó del país para evitar cargos por corrupción, otros que fue secuestrado por narcotraficantes y no falta el loco que se atreve a decir que trató de engañar a mismísimo Diablo y le salió el tiro por la culata, pero claro, nadie creería eso de Don Marco.

 


Luis Enrique Cuéllar Peredo (Xalapa, 1977). Estudió diseño gráfico y tras veinte años en su oficio decidió explorar el ámbito literario para liberar de su mente todas las historias que no tendrían salida de otro modo.