PERSISTENCIA DE AMANECER…

 

Y existo desarmado y callado,

y acá también exhalo el sueño,

espero, y así parto en tu encuentro…

Ganar luz

sin maquillaje y humo, con la ingle y la lengua.

Cortar piel

sin martillo y cincel, con la ubre y el labio,

frotar, y hacia nuestro abdomen vivir.

Mi matinal arcadia se retuerce sobre levitaciones acérrimas.

No te necesito si llevamos armadura,

o anteojos para caminar, ya sabes que es mejor tropezar,

caer, levantarse y seguir…

El exordio del alba por los senderos de todas las murmuraciones juntas:

abreva y perdura.

No me veas:

hoy buscaremos otros amores multiformes.

Salir del subterráneo con joviales frases,

y dispararlas a diestra y siniestra

como cohetes entre una feria perpetua.

Párvulo discurso, volátil, …maduro entre su tono.

Caligrama y cantera al mismo tiempo,

con mil glifos, con mil prosas, con un acento.

Mocito azul, fresco de salud y ritmo.

Disección vertical sobre horizontal

y me disgrego,

y me extiendo,

y no dejo ningún segundo suelto.

Por el contrario:

Como El Pensador de Rodin, un poco… leo el viento en mis castillos.

Como la Gioconda, intrigado… contemplo tu máscara.

Como el David de Miguel Ángel, azorado

para decidir el presente; desnudo… para no mentirme.

Como el Zaratustra, despierto en el andar.

Como la mariposa de Chuang Tzun, sueño que me sueña que sueño en sueño.

Como el ladrillo, hago la pared.

Como la Monroe de Andy Warhol,

ida, sensual, e invitadora,

te sonrío,

y te vuelco una erupción, y te provoco…

Y como Jesús en la Cruz, doloroso,

pero compasivo, te perdono los clavos,

la cuarta y la transgresión, la corona y las monedas…

Sublimes y sin alas…

A borbotones fueron surgiendo, libra por libra,

los que soltaron el órfico ámbar,

sedoso a la brizna de eróticas rutas,

bifurcadas hacia las islas de los unicornios.

Y otra vez nació, ojo por ojo,

la que habló en susurro con un sultán,

el de los corceles zainos

bañados de brillantina de plata que las áureas hadas riegan.

Incluso reconstruyó su cara, poco a poco,

el que encontró a Perséfone desnuda,

jugoso al cáliz de un mágico umbral,

hirsuto en los pétalos de la ambarina danza.

¡Libadores con ajenjo y agave!

¡Amantes! ¡Esteparios!

¡Soles desesperados que zumban castañuelas!

¡Beduinos que glorifican el color del agua!

La voz no los abandona,

es quizá una tonta resaca,

es un tris tras de la copa quebrada,

es el colon hinchado,

es la epilepsia de la actual viuda,

que la yuca pronto extinguirá entre su bruñida maleza.

Firmes ante el prisma del ocaso.

¿A quién sueña el barlovento cuando parpadeamos?

¿Y por qué el sotavento ríe en el invierno?

Una entusiasta oruga promueve el antiréquiem.

Dos azafatas me miran como si arribara de Azerbaiyán,

como si el desagüe me trajera del Oeste.

La bengala octogésima se quiebra entre grados celsius,

siguiendo al litoral desde su retórica normanda,

que surca, que corta, que zanja, que empuja,

siempre sobre sus torrentes salomónicos que hieren.

Isócrates invoca a Baco, y a las Nereidas.

Los muros de las locuciones se desmoronan

contra terrones de arcilla roja.

Cien veces se parten las ilusiones

en los desaires del autómata y de la diva.

Una sola vez la biznaga florece.

Una sola vez eyacula el zángano.

Y la pirita, el granito y el leporino tiritan a lo lejos.

Una vez se levanta el fuego de los micerinos.

Momento de masturbar el verbo,

donde la pupila acaricie el corazón,

de afilar convexo al adjetivo

para limpiar la piel, los brazos, el río de Aztlán,

para parir un jadeo,

un orgasmo diáfano en los corales del océano,

de liberar al sustantivo en un “llano en llamas”,

sin importar soltar azufre o fósforo,

ácaros magenta, o cicuta de ántrax.

Momento de atar a las promiscuas conjunciones.

Momento de que vuelva a nacer

por el fondo de los aires… en una granada dulce.

Decir el néctar de la flor.

Explicar el guiño de la tierra.

Que el leitmotiv sea el significado de tu nombre.

Porque si te inventas, despiertas.

Porque si te vas conmigo

y con ellos al mismo tiempo, brotan astros cimarrones.

Porque si me tomas de la mano,

me brindas una nueva canción de cuna.

Porque si me lavas sin recelo,

te llevas mi pasado hacia los molinos de viento,

y me devuelves perfumada la coraza

de sándalo, caoba y raíces eléctricas.

Y zumbar el miedo, crujir la mañana,

partirse sobre rumor conocido.

Susurrar nada, adalid diagonal,

y abrirse en pudor de savia.

Silbar el coraje, partir la madre,

beberse el sudor del reflejo del otro.

Murmurar las letras feas, bonzo del amanecer,

y al desplegar las puertas mentales,

que el olor te encuentre abierto.

Dispuesto. Listo.

En un mirador sin barandales.

Canturrear no, ni mugir,

entregarse a favor del léxico conteniendo la respiración.

Zigzaguear a veces los montes y los baches,

búbalo astringente, al explorar el ambiente,

que el sabor se prolongue agitado,

revuelto, magro, y triunfal, en un apocalipsis íntimo.

Y bramar la vejación, y rugir lo insalubre,

pues al romper los eslabones, pues al quitar las púas,

el color rechine lento, fuerte e infinito.

Hacer puntos para seguir la raya,

que oxigena las galaxias, que destila silencios,

deltas y palatales, oclusivas y cascadas,

vibrantes y nardos, vida y nasales.

Una palabra, contra mil imágenes.

Una palabra con mil referentes, con mil contextos,

con un puñado de sentidos libres.

Un amante, contra mil indiferentes.

Una solitaria, contra la amorfa masa.

Punto, rebelarnos en la claridad,

como ocelotes ante los témpanos, ante los buques,

y revelarnos a nosotros mismos.

Puntos suspensivos, rehusarnos a la superchería,

como arquitectos salvajes,

como cómplices de la altura de los Alpes y del Himalaya,

y rehusar la cantera y los conjuros de la Saga india.

Altas y bajas, agudas y esdrújulas,

y una líquida con frenillo por la circunferencia alveolar,

serán para detener los reveses.

En definitiva,

exfoliarse sin futuro,

sin cuenta bancaria,

sin casa, sin sueldo,

sin seguro de vida, sin algo…

sólo con la dicha de la hormiga que me mira,

de la flor que me respira,

del árbol que me regala sombra,

de las mareas que me hacen luna,

de la luz que me dice sol,

de la arcilla que me levanta,

del agua que me da ser,

del aire y polvo que me dan lo indispensable,

de la decisión que conduce sola mediante horquetas responsables…

Sí, en definitiva, vetar la comodidad,

clausurar el antro nocturno,

cambiar el foco rojo, por uno verde,

dejar caer todo el edificio al sótano,

no resistir, ni sostener nada.

¡Viento en vela hacia los polos…!

En curva… en curva ya… en curva siempre,

porque “en sendero recto no se llega

antes, ni primero”.

Abortarse hoy de la vitrina…

y que el bisturí rompa

el diagrama del nuevo muro,

y que los pigmentos de cianuro

sólo adviertan que somos alfas,

y que el pincel zurza

los círculos y fugas de este gran retablo expansivo,

que la luz se llene de azul,

toda

de otro posible amanecer…

 

Ángel Acosta Blanco (Xochimilco, CDMX). Poeta y ensayista. Lingüista Hispánico por la UNAM. Capacitador en Comunicación Escrita para el IPN. Tallerista en el Instituto de la Juventud de la CDMX. Así como promotor e investigador literario independiente.