Paradoja
Hombres los barcos traen y llevan
ideas que beben sangre,
mareas que lloran huesos,
lágrimas inmensas delirantes
de ojos testigos
que absorben neblinas en la mañana
para esconder rostros que callan algo
que se va para siempre.
Y en la garganta se anuda el expediente
de una muerte que se levanta de su cadáver,
la resurrección de los hombres, se sabe,
es muy lenta y nace
en el cementerio de las palabras.
¿Y para qué hablar,
si en los verbos escondemos esqueletos
de actos de bondad no cumplidos?
¿Para qué gritar dormidos?
Si después se vive en la interpretación
de pactos de paz promulgada,
que saltan de sombra en sombra,
vestidos de mentiras descubiertas
por la misma tierra manchada de guerras
que enseña los huesos que brillan en la noche
y oculta la tristeza de los rostros doblados.
Secuencia
Aún cuando el desierto
seque mi sangre
y el viento
como un reloj sin direcciones
me tumbe,
me levantaré
del tiempo perdido
y esperando de aburrir
las horas muertas,
iré al encuentro del día
con un salto en el alba
que deje el cuerpo de la noche
amante de la luna
amante de las estrellas
amantes de los ojos abiertos
que miran el cielo
amante de la vida.
Profecía
Los días huyen
y el alma vuelve a escalar el viento,
la mente descubre la muerte
de insectos profetas,
las arenas, al fuego sometidas,
levantan polvos de ceniza
de la piedra erosa,
abandonada a los caprichos del tiempo.
Perdidos en la fuente del tormento
los hombres del desierto
piensan en la eternidad de la muerte
que purifica la caída de las lágrimas
y lloran los huesos del infinito
blanco fantasma
que no haya descanso.
Invisibles átomos
Sabemos flotar en el vacío
del sol que tiembla sin llama,
reconocemos el amor
en el latido de una estrella lejana,
suspiramos en la hierba alta
animada del viento
y nos perdemos en el firmamento
cuando vemos flamear una mariposa.
Apreciamos las flores que crecen en la calle,
pero no sentimos los ruidos que llaman
desde aquellos lugares donde el sol no entra,
donde el sonido no llega,
lugares confundidos en la mísera tierra
perdidos en aquellas vueltas de mundos
inmergidos en la guerra
que el ojo no abraza.
De los mundos colmos de dolor
no reconocemos la huella,
somos como pájaros que duermen en la rama,
esperamos que el dolor sea una pisada lejana,
como un montón de átomos invisibles
que no llegan a tocarse.
El señor del desierto
Yuleisy Cruz Lezcano. Nació en la isla de Cuba el 13 marzo 1973, vive en Marzabotto (Bolonia; Italia). La poetisa emigró a Italia a la edad de 18 años, estudió en la Universidad de Bolonia y consiguió el título en “Ciencias enfermeristicas y obstetricia” consiguió, además, un segundo título en “Ciencias biológicas”. Trabaja en la salud pública.
En su tiempo libre ama dedicarse a la escritura de poemas, poesías, relatos, a la pintura y a la escultura. Numerosos son los premios literarios donde ha obtenido reconocimientos importantes. Su poética trae inspiración sea de la literatura Europea (Rimbaud, Baudelaire, H. Hesse, F. Pessoa, G. D’Annunzio, E. Montale, G. Gozzano, P. Salinas …) sea de la poética americana y latino-americana (Edgar Lee, Walt Whitman, Rubén Darío, Julio Cortázar, Alejandra Pizarnik …).