El calentamiento global es un monstruo terrible que bate sus brazos desesperadamente. El clima del hombre es un monstruo más terrible que tropieza con sus piernas. Todo se conecta. La vibración de la Tierra se sale del compás. No es posible tener 34 grados en noviembre, no es posible. Existe un exceso de humedad, un desequilibrio que hemos perdido desde hace años.

Recuerdo cuando salía a la Preparatoria. Tenía que usar una chamarra de mezclilla, nada ardiente. La mañana era un témpano nítido de frescura. Podía ver las líneas de los volcanes desde donde estaba mi casa, en la colonia Fátima. Una o dos nubes en el cielo, definidas, definitivas. Parecían coágulos, círculos perfectos de algodón y suavidad. No sabía qué temperatura había, no estábamos tan preocupados por el clima. Era noviembre, diciembre, enero, febrero, incluso marzo; meses en que las mañanas y las noches siempre eran frescas. A medio día salía el sol, impasible, pero era perfectamente soportable. De eso hace más de diez años.

Me atrevo a decir, y no soy experto ni meteorólogo, que hace más de diez años que el termómetro no baja, en Colima, a menos de 18 o 17 grados. Es preocupante. Por lo menos, a mí me descarrila las emociones. Extraño a rabiar ese clima. Era perfectamente capaz de salir, de despertarme temprano para ver salir el sol, y sentir ese viento delgado hacer caracoles en mi frente. Despejar mi frente con el aire de la mañana, con el soplo del clima. Extraño a rabiar esos cielos vacíos, llenos, repletos de azul. Y era divertido, un poco más, ver alguna nube desperdigada, entre los cerros, o sola, a la mitad del cielo, tímida, como un ave perdida, perfectamente blanca, alta, fría, tal vez un poco congelada.

Hoy las vi, increíblemente, hoy las nubes estuvieron así: arrastrándose entre los cerros, perfectamente definidas, redondas, bajas; sin representar amenazas para el sol. La humedad estuvo baja, suficiente. No sudé en todo el día. No lo puedo creer. Una felicidad y una nostalgia invadieron mis ojos y mi cuerpo.

No es necesario repasar causas. Sencillamente el clima está descarrilado. Sencillamente hemos perdido la brújula, quemamos demasiada gasolina, creamos exceso de basura, y a nadie le importa. Nadie extraña los 16, 17 grados a las siete de la mañana. A nadie le interesa sentir un caracol de viento despejarle la frente. Es más importante renovar el coche, es más importante no separar la basura, es más importante que la población crezca desenfrenadamente. Es más importante crear riqueza, morir por la riqueza, perder la salud, la vida, el oxígeno. A nadie le importan las nubes perfectas, la humedad justa. El mundo es una gran bola de mierda que se descarrila sin control. Un huevo que se estrella en las paredes del universo, manchando todo de salsa Valentina.

*La foto es del que escribe…