La novela «El coronel no tiene quien le escriba», escrita por Gabriel García Márquez en 1957, narra la vida de un coronel que espera por más de quince años la pensión que le fue prometida por haber sido participe en las campañas militares del General Aureliano Buendía (personaje que once años después aparecerá trazado de cuerpo completo en Cien años de soledad).

Todos los viernes, durante esos quince años, el Coronel, desde un puerto sin nombre, espera con nostalgia y fe una correspondencia que jamás ha de llegar. Pero más allá de la espera, la novela presenta la vida de una pareja que sobrevive en la pobreza y en la angustia después de haber perdido en manos de la violencia a un hijo. En un lenguaje sencillo y directo, García Márquez describe como la esperanza es encarnada en un gallo de pelea, que si no les da que comer hoy por lo menos les augura un futuro más dichoso.

«El coronel no tiene quien le escriba» podría ser una metáfora de la esperanza que brinda la modernidad vista desde la marginación y el olvido. Y simultáneamente, una explicación detallada para aguantar cualquier mierda.

¿Hasta dónde es bueno conservar la esperanza?