«Lincoln» es, ante todo, una película histórica, que debería titularse «La enmienda de la libertad» porque sobre eso trata la última película de Spielberg: sobre la enmienda décimo tercera presentada por Lincoln al Congreso de la Unión que defendía la igualdad de todos los ciudadanos, sin importar el color de la piel, ante la ley. Pero más que escribir de los méritos de la película, que son muchos: la parte técnica es impecable, las actuaciones brillantes; quiero escribir sobre los temas a los que le he venido dado vueltas estos días que han pasado después de haberla visto. Siempre he defendido la sana envidia que me produce el respeto que en los Estados Unidos profesan a sus personajes históricos y a su madre patria. A diferencia de en México que nos avergonzamos de los unos y de la otra.

Pienso en el homenaje que le rinde Spielberg a uno de los más grandes personajes de la historia de la humanidad y en otras muchas películas hechas en Hollywood sobre los personajes y la historia de su patria madre: la Gran Bretaña. Ahí están Elizabeth, La reina, El discurso del rey… (la lista es enorme) y lo comparo con el triste homenaje cinematográfico que hicimos en México a la conmemoración de los doscientos años del inicio de la guerra por la independencia del país. Claro que Hidalgo no es Lincoln pero no nos faltan personajes históricos de talla similar cuya memoria está enterrada en las criptas de la historia nacional.

Lincoln no es una película para todos los públicos porque no es una película de guerra sino una película política. No es una película de entretenimiento spielbergiano sino una película de psicología interior al más puro estilo de las novelas de Dostoievski. Por eso éramos sólo doce en el cine y por eso la mitad salió huyendo antes de la mitad. Lincoln atormentado por la difícil decisión de terminar una guerra civil que llevaba ya cuatro años desangrando al país o alargarla un poco más para conseguir que el congreso aprobara la enmienda de la libertad aprovechando la ausencia de los representantes de los secesionistas esclavistas del sur. Es escalofriante el pensar en cómo la decisión de un sólo hombre es capaz de cambiar la historia de tantas vidas y de tantos países.

Es asombroso saber que, a pesar de que se ha comparado mil veces a Obama con Lincoln, Lincoln era republicano y mucho más asombroso todavía el aprender que la Enmienda de la libertad que hizo iguales a las personas de color frente a la ley salió adelante por el empeño de los republicanos y el voto en contra de los demócratas. Casi ciento cincuenta años después un afroaméricano gana democráticamente la presidencia de los Estados Unidos de América como representante del partido demócrata que tan encarnizadamente luchó para que los la gente de color siguiera siendo esclava. Vivir para creer.

Escrito por Alberto Fornos