Suenan ecos
En la ciudad de Los Ángeles,
la vida lleva murmullos de prisa
El bill nos enflaquece.
Se estira la leche, los huevos.
De vez en cuando nos damos cuenta de las estrellas.
La savia junta a los anglos
y a nosotros en la mesa.
Tiende mi país con sus nóminas secretas.
Se defiende la familia
con el escudo del humo del chocolate
y no hay más decisión que
nuestras manos constructoras
y no hay más líder que el trabajo.
Por nuestras luces, la ciudad existe.
Tempranito llenan de energía
el restorán, market, cocina, y fábrica.
Esparcen fe entre risas, historias y resignaciones.
La abrupta tarde nos quema
con sus recuerdos
de vacas hablándonos.
El pueblo nos suena su campana
y los abuelos nos cuentan de espíritus.
Llegando a casa,
nos sacudimos la ciudad,
nos lavamos de ellos,
nos metemos en la escafandra del oficio.
Ya de noche entresueño
nos imaginamos sin ciudad,
sin el regreso del ayer
y sin la alegría raquítica del futuro.
Andar
Me busco en los diarios,
las iglesias, los edificios que pasan
como ecos taladrando los sentidos,
en el pavimento con huellas históricas.
Vuelo al bosque, pongo mi mano en el mar;
voy arisco entre el crujir metropolitano.
Me busco en los ojos del transeúnte,
vistiéndome con palabras que me lleven a las alturas
que devuelvan la alegría,
el respirar profundo, cristalino y callado.
Me busco entre el correo, el teléfono, el volante, las calles
y no encuentro más que el principio de mi partida,
las ropas nuevas, la comida deliciosa, los billetes
que no dan pista, la espera por el nuevo amanecer,
la gloria que merezco al dar limosna.
Siguiendo centenares de concejos,
Desemboco, grito al cielo,
le confieso mis penas
y me resulta con su calvario,
dejándome ahí, con los gestos desfigurados.
De regreso, lavo mi fragilidad en la lluvia indiferente,
en un volver de aquí, para allá.
Alejandro Molina V. (México). Obtuvo una maestría en teatro en California State University Northridge y tiene un grado de maestro de educación primaria en México. Es actor, mimo y poeta.
