¿Dónde inicia el territorio de una idea? ¿dónde se encuentra lo uno con lo otro? ¿en cuántos precipicios puede caer una palabra? ¿dónde está el verdadero final del horizonte? En esta edición, Hoyloleo conjunta poemas y cuentos que, al igual que una ola, desbordan los  confines narrativos para luego delinear la intransitable orilla que los constriñe.

POESÍA

El poema Persistencia de amanecer de Ángel Acosta Blanco péndula entre la noche y el día como una voz que deviene en caída inevitable, es una existencia en zozobra que  enfrenta el mundo de las tinieblas, los recuerdos y las lecturas con el amanecer. Nos queda el alba. Yuleisy Cruz Lezcano presenta en este número poemas testigos de la sangre y de los rostros callados frente al precipicio marino de la muerte, los mueve una lenta resurrección de palabras y silencios. Al ingresar podrás escuchar la voz de la autora.

Los poemas de Jeanne Karen imaginan una poeta que se desmorona en sus propios versos, trazan un ser que aún no existe, un cuerpo que aún no brota de sus cenizas, pero que sí se arde, quema y duele en el limbo. En sus versos Yuliana Valle navega a las orillas del río San Lorenzo, observa el paso de las maquinas y de los canadienses mientras su mirada péndula entre la brisa y la ausencia.

El colombiano Fran Nore camina entre sus poemas con una media sonrisa que se hace cómplice de una nueva patria imaginaria.  Y desde Argentina, Hernán Tenorio implanta la duda apostada en el umbral, las revelaciones y la marea frente a un mundo trastabillante.

Lo que queda del día del escritor guatemalteco Javier Payeras desborda géneros literarios para reflexionar sobre el escribir y la escritura, es un choque de prosa y poesía,  monólogo y diálogo, olvido y testimonio. Las líneas, las orillas, el mundo, las alarmas, los juguetes,  el panorama, los claroscuros encuentran un espacio para negociar su presencia en una misma página. Nos hacemos a un lado para que la palabra exista.

Los poemas de Masiel M. Corona Santos buscan iluminar los bordes rotos de la mirada, las líneas paralelas y los signos. Nos presentan un ánimo donde  los cuerpos se incineran en la pupila para emitir  luz en las palabras.  Por otra parte, los poemas de Iván Vázquez nos sumergen tras las líneas de una alteridad entendida no solo en términos de las relaciones humanas con los demás sino también con uno mismo, en ese sentido nos presentan un extraño aleteo que da continuidad  a un mismo ser.

Alejandro Molina V. nos dibuja en sus versos la angustia de la identidad dentro una ciudad envuelta en noticias y futuros clausurados.  El poema Fotografía de Gabriela Ladrón de Guevara de León posa su mirada sobre la nostalgia y cuenta mal los huecos que dejaron los viejos amores y el tiempo.

José Alberto Capaverde  lanza un caligrama con toda la  intención de ver su caída,  una chaqueta mental de piropos callejeros irresistibles,  una juerga de viernes por la noche capturada en fragmentos para vengarse de unos ojos azules que lo miran. Juan Manuel Díaz de la Torre ensaya en dos poemas los movimientos de la mirada: el jardín detrás de la lluvia y el polvo de una taza sucia recientemente iluminada por una lámpara que se apaga. En Retorno de Lorena Gutiérrez Aviña se abre a cada paso el temor de ser tragados por la tierra, la firmeza de estar y del ser se disuelve debajo de los pies. Nos queda la angustia de caminar por el mundo.

Sueños de Arturo García Lara deambula por un mundo de pletóricas fantasías y volcanes en erupción.  Los poemas de Julio César Aguilar le cantan a la vida mientras que los de Nayeli Rodríguez estallan contra la memoria de un músico ausente.

CUENTO

En Fuimos todas de Adán Echeverría se delinea la voz de un personaje narrador que transgrede en un acto tanto de justicia como de venganza la línea entre las mujeres y los hombres, es una avanzada de golpes hacia la eliminación de un otro intolerable.

El personaje principal de I love Granada de Victor M. Campos  pone en sus manos la  ausencia y hace una antología del amor perdido en la pandemia,  ¿podemos guardar los recuerdos de la persona amada  en un llaverito? ¿estamos a tiempo de empezar a contar las cosas perdidas?

El olvido de Rosana Domínguez nos envuelve dentro de una casa antigua,  maloliente, de extrañas presencias familiares donde lo que se pierde no es la vida sino el linaje guardado en la memoria.

¿Qué pasaría si México fuera la granja de Orson Welles? ¿Habría rebelión o solo espanto? Luis Sierra Mártinez explora esta posibilidad narrativa en Daños colaterales, ¿qué dicen los animales que somos? Y en esa misma disposición, pero ya en piel humana nos encontramos con los personajes soplones de El cantar de los descarados de Ángel Escamilla Martínez. La traición se revela como una forma desesperada de sobrevivir.

En La caja sin etiquetar de Luis Enrique Cuéllar Peredo nos encontramos con Don Marco Antonio Riojas, extraño personaje de la abogacía mexicana, que intenta engañar a los demonios enviados desde un más allá que al final nos resulta tan cercano.

Dante Vázquez  nos presenta Detrás de las sombras, una historia de doloroso terror en casa. Y por último Isa Hdez  narra el ensueño amorosa de una librera con aspiraciones literarias en La escritora de sueños.

 Estamos siempre al borde, sobre la línea divisoria entre el ser y los otros.  Los poemas y  cuentos reunidos en este número exploran, cada uno a su manera, el vaivén entre el mar del ser y la arena del estar. Son olas que transgreden la orilla para luego volver  a la inmensidad de sí mismos a preparar el ataque de un nuevo oleaje.

Miguel Olmedo Valle

José Gorostiza


CONTENIDO