Por Alberto Fornos

Durante muchos años pensé que los malos eran los catalanes. No podía entender que una parte de España quisiera marcharse, así, sin más, sin importar razones ni consecuencias, por caprichos provincianos, dejando al resto del país sin un pedazo. Estaba convencido de que la culpa la tenía el gobierno central por darles demasiadas libertades, por permitirles usar su lengua a la par de la lengua común (o por encima de ella), por darles demasiadas concesiones en educación, sanidad, cultura… que los hacían cada vez más fuertes, cada vez más distintos. En resumen, por dejar que se pensaran antes catalanes que españoles. A tal punto llegó mi resentimiento que no conozco Barcelona. He viajado a Roma, a París, a Londres pero me negaba a visitar una ciudad española en la que no podría hacerme entender en la lengua que compartimos las naciones hispanas a ambos lados del océano. Y entonces, un día, en lugar de seguir juzgando y odiando se me ocurrió preguntarme: ¿Por qué? ¿Por qué los catalanes se quieren ir? ¿Por qué no se sienten españoles?

Y como siempre que me surgen preguntas busco respuestas leyendo y escuchando. Resulta que España no es un Estado dividido a capricho en comunidades sin identidad sino un Estado integrado por naciones diversas ricas en tradiciones, lenguas e historia. Resulta que España no siempre ha sido España sino la suma de distintos reinos, condados y señoríos que por variadas circunstancias decidieron unir sus destinos allá por los tiempos de los Reyes Católicos. Resulta que España no es una sino muchas; que no es una nación sino un estado de naciones; y Cataluña una de ellas. Pero yo no lo sabía porque nadie me lo dijo. Nadie me lo dijo durante los siete años que estudié en el Colegio Salesiano de Ourense la enseñanza general básica. Nadie me lo dijo ni en el colegio ni en la televisión ni en la casa. Ya después me vine a vivir a México y España se convirtió en la tierra de mi infancia y en la patria de mis padres. No fue sino hasta que me fui a estudiar periodismo en la Universidad de Santiago de Compostela cuando empecé a ver y a entender el mundo con otros ojos. Con los ojos de quien tiene hambre de aprender y con la ingenuidad de quien cree que puede ayudar a construir un mundo mejor a través de las palabras. En Galicia aprendí que España no es sólo toros y peinetas; que España no es sólo pasodobles y vestidos de lunares; que España no es sólo Madrid y Sevilla. Por eso, y aunque algunos se sorprendan, cuando tuve oportunidad de votar lo hice por el partido que defendía el orgullo y los valores de ser gallego: el BNG; y no voté por el bloque nacionalista porque me moviera ningún sueño de independencia sino porque empecé a entender que en Madrid no se enteran de que España es también gaitas, queimadas y muiñeiras. Y si en Madrid no se enteran o no se quieren enterar es normal que las comunidades alcen la voz para hacerse escuchar; que luchen para defender sus diferencias.

Es lo que lleva años haciendo Cataluña: pedirle a Madrid que los escuche. Y mientras desde Madrid ignoraban el problema y le iban dando largas haciendo unas concesiones por aquí y otras por allá, los catalanes fueron reforzando su sentimiento de nación. Y lo hicieron bien. Mientras los símbolos patrios españoles se dejaban pudrir en los armarios infectados, como estaban, de franquismo; la bandera, el himno y el orgullo de ser catalán se adueñaron de las calles. A ellos sí les dicen en la casa, en la televisión y en la escuela que Cataluña es una nación. El problema está en que construyen su discurso nacionalista en oposición a España; como si ser catalán y español fuera algo incompatible; como si España fuera un enemigo. Los catalanes no se sienten españoles porque España construyó su identidad nacional exclusivamente sobre el eje castellano-andaluz y se optó por ningunear o silenciar al resto de sus comunidades. Y a pesar de tantos años de avisos nunca se hizo nada para remediarlo. Ahora ya es tarde para negarles a los catalanes su derecho a decidir quienes son y a dónde quieren pertenecer. Es responsabilidad de España entenderlo y construir un nuevo Estado en donde todas sus naciones, desde su identidad, encuentren su lugar. O, en su caso, llorar como imbéciles lo que no supieron cuidar y defender como españoles.

españa es de todos-catalunya