Dos niñas intentan meter la pelota en los aros de la ventana clásica colimota, mismos que sirven como maceteros. Son niñas delgaditas, morenitas, de cabello negro doble y ojos rasgados por el destino. Un policía las observa y se impacienta. Sus padres están vendiendo el alma: joyas baratas que abrirán los caminos de una educación por competencias en cualquier escuela pública. Escucho el viento, su alegría de viento. No han podido encestar en los aros pero el mundo para ellas es radiante, divertido.

 

No deben pensar en el futuro. No deberíamos pensar en el futuro. Es un monstruo horrible en los albores de la civilización. El tránsito del día sigue su camino sobre las manos infantiles, sobre el hastío naranja y ácido que cae en la piel del tiempo.

 

El policía se acercó a las niñas y les llamó la atención. Los padres observaron mudos, bajaron la cabeza y siguieron vendiendo el alma.