Desde que Eduardo Antonio Parra publica su primer libro de cuentos, El río, el pozo y otras fronteras, en 1995, queda claro que su voz narrativa y los ejes temáticos de su obra tienen la fuerza necesaria para enfrentar la desolación y la realidad del mundo contemporáneo. Sus personajes se abren paso entre la marginación y la violencia con una belleza descriptiva que difícilmente puede ignorarse. El silencio hace ruido, el dolor estremece. Al abrir sus libros entramos a un mundo impregnado de tradición oral, que reconstruye inevitablemente los límites y los alcances de la narrativa mexicana contemporánea.

A continuación, compartimos la entrevista que Miguel Olmedo Valle le realizó a Eduardo Antonio Parra en 2016 con motivo de la publicación del libro Norte. Una antología.

-¿Crees que los escritores deben tener alguna responsabilidad hacia los lectores?

-Yo creo que va, como dicen por ahí, junto con pegado. La responsabilidad hacia el lector es ser lo más claro y preciso en lo que le quiero contar y eso al mismo tiempo me exige una cierta responsabilidad en la escritura; tengo que ser claro, tengo que ser preciso sin importar lo retorcida que sea la estructura. Puede ser una escritura difícil, puede ser un tema difícil, pero tengo que ser bastante claro y preciso. Yo lo que trato es despertar emociones en el lector. Lo que yo consideraría un fracaso es que un lector lea un texto mío, un relato, un cuento o una novela y no sienta nada. Que lo deje frío, o que lo deje igual que antes. Sí trato de moverle algo, ya sea las emociones, las sensaciones o las ideas. Ese es uno de mis principales objetivos a la hora de escribir. Bueno, y contar historias que sean divertidas y entretenidas.

-¿Qué tan fundamental es que un escritor, además de leer y practicar la escritura, profundice en la actualidad?

-Yo creo que los escritores, los narradores y también los poetas, tenemos la obligación de tratar de entender el tiempo que vivimos; tratar de entenderlo, tratar de registrarlo, tratar de plasmarlo y tratar incluso de influir en él. Creo que es una responsabilidad. Hay gente, incluso los escritores de los que llaman de la Torre de marfil, que escriben del arte por el arte y no se interesan por las cuestiones sociales. Yo no creo en eso. Creo que incluso ellos tienen que verse afectados por la realidad. Y por lo mismo que uno se ve afectado tiene la obligación de comprenderla. No darle la espalda. Y a la hora de entenderla la reflejas en tus textos y al mismo tiempo, como en un juego de ida y vuelta, esos textos logran influir en esa realidad. Este entendimiento nomás lo puedes hacer con el tiempo que te tocó; por eso se vuelve necesario. También por eso digo que un escritor escribe para sus contemporáneos y principalmente para sus connacionales. Todo lo demás es agregado, todo lo demás es suerte.

-Tu obra, y en lo general la literatura contemporánea mexicana, tiene una inclinación muy marcada hacia la violencia, ¿consideras que se está anticipando el uso de la violencia como un recurso literario?

-En la cuestión de la violencia yo creo que no nos estamos adelantando. En mi caso yo empecé a escribir sobre la violencia antes de que se viniera la violencia y lo hago por una razón. La violencia siempre está ahí. No es algo novedoso. Incluso, lo he dicho en muchas partes, la gente que cree que ahorita México está viviendo uno de los tiempos más violentos de su historia no conoce su historia. Ha habido tiempos mucho más violentos y México siempre ha sido un país violento. Y la humanidad siempre ha sido violenta. La cuestión de la violencia en la literatura simplemente te puedo mencionar, ¿te acuerdas cuando Aquiles mató a Héctor? amarró el cadáver al carro y le dio tres vueltas a la ciudad de Troya. Eso es absoluta violencia. Y estamos hablando de hace 2,500 años. Si tú lees una tragedia de Shakespeare te salpica de sangre. La violencia siempre ha estado ahí y siempre ha sido un tema literario. Ahora en la cuestión de la realidad, México no ha pasado periodos de paz más largos de veinte o treinta años y pienso en tiempos de Porfirio Díaz que impuso la paz, en los años cincuenta quizá también otro poquito. Entonces todo mundo parece sorprenderse porque uno escribe sobre violencia cuando uno vive inmerso en la violencia. En un país que históricamente es violento, en un país que nació de un choque violentísimo entre españoles asesinos e indios que estaban defendiendo su tierra y que también eran asesinos. Entonces dices, bueno, ¿de qué quieren que escriba uno? Es uno de los temas más naturales para la literatura mexicana. Incluso sería antinatural escribir de otra cosa, de la felicidad, de la paz, de todo eso. Eso es como un anhelo pero si somos escritores realistas tenemos que reflejarla.

-¿Es posible que la narrativa latinoamericana vuelva a experimentar otro Boom?

-Yo no creo que haya otro boom de literatura en lengua española. Yo creo que nuestra literatura es perfectamente capaz de competir en calidad con cualquier literatura del mundo. Al hablar del Boom no estamos hablando de calidad literaria. Al hablar del Boom estamos hablando de éxito de promoción y publicidad. Y eso se dio en los años sesenta con los integrantes del boom porque nadie los conocía. Nadie conocía la literatura en lengua española, la literatura latinoamericana en Europa. Ahora sí la conocen, entonces el Boom no va a pasar. Yo creo que lo que hay que hacer es mantener la calidad para seguir situándonos en un buen nivel literario a nivel mundial. Decía Emanuel Carballo —lo he repetido muchas veces porque estoy completamente de acuerdo con él— México es un país del tercer mundo pero tiene una literatura de primer mundo. No tiene lectores de primer mundo, es lo malo.

-Has comentado que las novelas de Flaubert están construidas sobre sus dos grandes odios: las mujeres y la burguesía, ¿cuáles son tus odios?

-Creo que no tengo odios, bueno no sé, pero sí hay cosas que aborrezco, que me producen ira de repente. Por ejemplo, ahorita que hablábamos de la violencia. Yo no tengo nada contra los delincuentes que se asumen como delincuentes pero sí me hacen, me levantan mucho coraje, mucha ira, los delincuentes que pasan como gentes decentes. Y estoy hablando principalmente de los políticos que están en los más altos niveles de la política nacional. Se presentan como personas bondadosas que todo lo están haciendo por México mientras están dejando peor a México que como lo dejan los narcotraficantes. Ellos son los causantes del hambre, del desempleo, de todo lo demás que lleva después al crimen organizado.

-Y para concluir, ¿qué libros estás leyendo y qué libros le recomendarías a un joven?

-Yo siempre estoy leyendo varios. Ahorita estoy leyendo la biografía de Carlos Slim de Diego Osorno; acabo de leer la biografía de Porfirio Díaz de Carlos Tello Díaz que es tataranieto de Díaz o algo así. Estoy leyendo la novela Los últimos hijos de Antonio Ramos Revillas y estoy leyendo la última novela, Besar al detective, de Élmer Mendoza. Son los que tengo abiertos ahorita. A los jóvenes les puedo recomendar las novelas de Élmer Mendoza, son bastante atrapantes, incluso tiene una que es específicamente para lectores jóvenes y curiosamente el otro autor que estoy leyendo Antonio Ramos Revillas tiene un montón de libros para jóvenes. Y me voy a hacer promoción, yo acabo de publicar una antología que se llama Norte, de cuentos de escritores norteños de principios del siglo XX hasta nuestros días. Está enfocada para lectores más jóvenes. Empieza con Martín Luis Guzmán y termina con los escritores que tienen treinta y tantos años. Esa podría funcionar para ese tipo de lector. Pero en realidad creo que lo que los lectores jóvenes tendrían que hacer es acercarse a cualquier escritor de literatura mexicana. Creo que no se acercan porque piensan que la literatura es aburrida y en realidad es apasionante. En el momento en que se claven con un libro, con una novela, con un libro de cuentos, se van a convertir en lectores; sobre todo, de la literatura que es escrita por escritores de su mismo país, de su misma región y que les habla de los problemas, de los espacios y de las ciudades que ellos conocen.